34. La calma antes de la tormenta

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Era jueves y faltaban quince minutos para que terminase el turno de Dave: recogería a Lauren, que volvería a quejarse del tráfico, de no ir en metro como los demás y del hambre. Esta vez, Dave le había dado dinero en la mañana para que comprase un zumo mientras esperaba.

Rellenó los informes sobre los compañeros, respondió la última llamada de su padre y, tras archivar los documentos, apagó el laptop, guardó en su mochila el libro blanco de letras doradas de su hermana, la Constitución y las llaves.

Se colocó la pistola en el cinturón, echado el seguro, y desconectó la radio. Estaba a punto de agarrar la mochila cuando Rómulo entró a la sala de oficinas.

—Te buscan en el mostrador, Vallejo.

Lo primero que pensó fue que Jill habría venido a buscarle, o Lauren. Frunció el ceño.

—¿Ha pasado algo? —le preguntó, saliendo detrás de él.

Rómulo negó.

—Te han dejado una carta.

El corazón de Dave se aceleró.

De forma automática, su cerebro intentó dar marcha atrás y rebuscar por incidentes en sus últimas patrullas. Si alguien lo había amenazado, no se acordaba, aunque sería lo más probable.

Atravesaron juntos el pasillo hacia el vestíbulo; deteniéndose frente al mostrador, Rómulo agarró la carta de la pila de papeles que su otro compañero había apartado y se la entregó.

—Un hombre acaba de dejarla —le informó.

Extrañado, Dave paseó los ojos por el sobre. El remitente era Raúl Hamida.

Con algo de torpeza, consiguió romper el sobre blanco y extraer la hoja.

Rómulo no esperó a que terminase de desdoblarla, sino que le palmeó el hombro y regresó a su trabajo, pasillo abajo. Dave, en cambio, permaneció apoyado contra el mostrador, fijos los ojos en la letra irregular trazada en el papel.

Se aisló sin pretenderlo.

Dejó de escuchar las grapadoras, el teléfono del mostrador, los pasos de los agentes y a su compañero mover papeles y carpetas amarillas. La carta tenía fecha de enero del año anterior; tachones y borrones entrecortaban el mensaje.

"A Dave Vallejo,

No tengo ni idea de qué piensas de mí ni cómo te sientes, aunque supongo que estás enojado o dolido, y probablemente me odias. No pretendo cambiar eso.

He querido hablar contigo desde hace mucho tiempo, pero tengo una orden de alejamiento de ti y Jill, si la recuerdas. Tampoco quiero causarte problemas. La única razón por la que quería escribirte era pedirte perdón y responsabilizarme de mis actos.

Nunca me comporté como el amigo que se suponía que era. Muchas veces te insulté, te amenacé y te hice daño. Seguramente te acuerdas de que te hospitalizaron por mi culpa. Le mentí a tu hermana y fue mi culpa que su muerte ocurriera. He pasado mucho tiempo evitando pensar en estas cosas, pero ya no seguiré haciéndolo.

Lo que hice fue horrible.

Me siento muy avergonzado y culpable por haberte tratado como si no valieras nada. Siento haberte hecho tanto daño. Siento haberte dejado solo. Siento haber traicionado tu confianza. No tengo excusa. Fui un miserable contigo.

Probablemente no necesitas saberlo para sentirte mejor, ni tampoco te pido que me perdones, pero juré que te entregaría esta carta en cuanto saliera de prisión. Espero que sirva de ayuda, y no para empeorar las cosas.

𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora