7. Si Dios existe

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Dave se quedó dormido en clase.

Había pasado la noche en vela, además de que le aburrió tanto el vídeo de prevención contra el suicidio en clase de informática que, en lugar de recostarse contra la silla, cruzó los brazos sobre la mesa y apoyó la cabeza. Su padre lo había despertado a las siete y media de la mañana, casi arrancándole la sábana de encima, y Dave encogió el cuerpo por el frío.

Jimena, a su lado, le sacudió el brazo cuando lo vio cerrar los párpados, pero el profesor la llamó por su nombre, y con un rápido gesto, le indicó que lo dejara en paz.

No despertó hasta que Raúl lo zarandeó por los hombros, finalizada la clase. Con su genuina sonrisa, la que hacía brillar sus ojos, cargaron sus mochilas hasta el aula; luego bajarían al parque frente al instituto.

—¿No has dormido bien?

Dave negó con la cabeza.

—O no duermo o tengo pesadillas.

—¿Alguna vez te ha dado parálisis del sueño? —cambió el tema bruscamente, y Dave asintió—. Yo también. Es como si fueras a morir. Recé fajr siete veces y se me quitó. Deberías probar.

Dave asintió, consciente de que no lo haría. A él le servía dormirse con su padre, pero no se lo diría. Tampoco habría tenido tiempo, puesto que Raúl comenzó a explicarle las fases del sueño, el ciclo ocular y el porqué de las parálisis. Dave, que no tenía idea de que Raúl supiera tanto sobre el tema, lo escuchaba pacientemente. Llegaría a casa sin retener un diez por ciento de información.

—¿A qué gimnasio vas? —le preguntó de repente Raúl.

—Al de la policía.

Raúl entornó los ojos. Debió haberlo supuesto.

—Vas con tu padre, ¿verdad? —Dave movió afirmativamente la cabeza—. ¿Te pilla cerca el del Real? Voy a ese.

Dave, con uno de sus gorros de invierno puestos, arqueó las cejas. Apoyados los dos contra el cancel que cercaba el parque, a medio sentar en el muro de piedra, analizó a Raúl de arriba abajo, con incredulidad. Eran igual de altos y delgados, y la tela de los joggers que vestían se les holgaba en los muslos.

Dave sorbió inocentemente su zumo de frutas.

—No se te nota —dijo, sonriendo a medias.

—Es invierno —respondió el otro, molesto— y voy abrigado. Tú tampoco te ves fuerte, que digamos.

—Porque no estoy entrenando para eso —se quejó Dave—. Me estoy preparando para las pruebas físicas.

—Pero te presentas en dos años.

—Por eso.

—Deberíamos ser compañeros de gimnasio —insistió—. Puedo ser tu entrenador.

—¿Tú sabes de dominadas?

—Buscaré qué pruebas son y te ayudaré. Te pondrás como yo.

Entonces se levantó el chaquetón, la sudadera y la camiseta un poco, y cuando Dave vio su abdomen tonificado, contraído, parpadeó varias veces.

Inédito.

No había esperado tanto músculo en un cuerpo tan delgado.

—No diré nada. Ya tienes el ego bastante inflado.

Raúl se rio. Al desviar la mirada alrededor, asegurándose de que nadie les hubiese prestado demasiada atención, vio a Omar y Yael en la tienda frente al instituto. Probablemente les compartirían de la pizza fría que compraban.

𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora