35. ¿De quién soy hija?

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—Mi padre me quiere cambiar de instituto —le dijo Lauren a Elián una mañana, sentados en el patio de recreo, en el escalón donde se conocieron; ella había mordido su sándwich de crema de cacahuete.

—¿Por qué?

—No sé, pero me molesta que no me consulte para saber lo que yo quiero —refunfuñó, hincando los codos en sus rodillas. Usaba un anorak sobre el uniforme porque hacía frío—. Le he oído decirle a mi madre que es por mi seguridad. Lleva varios días con la paranoia de persecución que...

—¿Se ha peleado con alguien?

Lauren negó.

—Alguien le escribió una carta y ahora está traumado con que le persigue.

—A lo mejor fue una coincidencia.

Hastiada, Lauren extrajo el papel doblado del bolsillo de su anorak azul para que Elián lo viera. Había visto a su padre sacarlo de la caja de almacenamiento de la puerta del auto y guardárselo en el uniforme el jueves que la recogió; aquella misma noche, oyó a sus padres debatir sobre la carta en la cocina, justo cuando ella salía del baño.

—Suena genuino —escuchó decir a su padre—, pero también sonó genuino cuando quiso ayudarme con mi hermana.

Lauren, que acababa de bañarse, permanecía inmóvil en el pasillo, pegada la ropa sucia a su pecho. Había dejado la ducha abierta para que creyeran que seguía en el baño.

—Quiere disculparse contigo —continuó Dave, amortiguada su voz.

Lauren inclinó la cabeza más hacia la cocina. Su espalda, pegada como un chicle contra la pared del pasillo para que la luz de la cocina no revelara su sombra en el suelo.

—¿Y qué le has dicho? —oyó la voz de su madre.

—Que lo haga en otro momento. —Resoplando, Dave apartó un silla y se acomodó frente a Jill—. No dejaré que se te acerque.

—¿Sabe de Lauren?

A Lauren por poco se le detuvo el corazón. Empezaba a asustarse y ni siquiera sabía de qué.

—Claro que no —oyó a Dave replicar, indignado—. No tiene por qué saber ni que ella existe. Tú y yo podremos perdonarle, porque ha pagado por sus errores, pero yo he criado a esa niña y no voy a permitir que ella conozca ni tenga contacto con alguien que te hizo eso, Jill.

Silencio.

El agua de la ducha seguía corriendo.

De repente la conversación había muerto y ni un paso se deslizaba por la casa.

Petrificada contra la pared, Lauren no respiraba. No movió ni un solo músculo que la delatara. Sin embargo, la ansiedad asfixiaba su pecho. Le urgía tragar, pero no se arriesgaría a ser descubierta.

—Lau, sé que estás ahí.

Era Jill.

Lauren pensó que vomitaría el corazón.

Sin valor para esconderse, asomó la cabeza hacia el interior de la cocina y por fin los vio: Dave, uniformado pero sin cinturón, apoyaba la mejilla en su puño para observar a la niña, hincado el codo en la mesa; Jill, cruzada de brazos frente a él, con el cabello canela atado en una coleta que le caía sobre el hombro, la escaneó con la mirada.

—¿Qué has escuchado, muñeca?

Dave no estaba de humor para lidiar con ella, pero disimularía que el corazón se le había sumergido entre los pulmones.

—Nada.

Lauren arrastró los pies al interior, hasta quedar de pie frente a ellos, con su cabello castaño mojándole la espalda.

𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora