Llovió el resto del mes. Dave, con sus gorros de invierno y sus anoraks oscuros, asistía a clase y entregaba los comentarios de literatura universal. En clase de filosofía, había aprendido del significado de los sueños, pero no se atrevió a plasmar ninguno en su tarea; en latín y griego, se sentaba frente a la profesora y esta revisaba por encima sus ejercicios.
—¿Seguro que así se traduce el dativo?
Dave, que al prensar los labios, se le marcaban los hoyuelos junto a sus comisuras, corregía los errores. Las costras de sus nudillos habían adoptado un tono terroso, más oscuro que el resto de su piel.
Era viernes otra vez y su padre tenía turno de tarde, por lo que lo recogió en el coche patrulla, de uniforme azul, sellado el escudo español en el brazo, y lo llevó a casa de Jill.
—¿Cómo te ha ido?
Dave cerró la puerta en cuanto se hubo sentado.
—Bien.
Desde el asiento de copiloto, vio el instituto alejarse, bajo el cielo encapotado, y luego subieron la calle hacia el barrio donde se levantaban aquellas casas verde palo de teja y canceles que solo la gente de dinero podía permitirse, a dos cuadras del instituto.
—He sacado ocho en griego.
Su padre arqueó las cejas al echarle una veloz mirada; la calzada relucía húmeda por las recientes lluvias.
—Felicidades —musitó, y Dave sonrió.
—Se me da fatal —admitió—. Sé leerlo porque la profe nos ha hecho copiar el alfabeto quinientas veces desde el primer día. Y me sé las declinaciones.
—¿Algún día me las explicarás?
Las pupilas de Dave lanzaron un destello de ilusión al girar la cabeza hacia su padre. Se preguntó si hablaba en serio, pero como su padre rara vez bromeaba, asintió con efusividad.
—Cuando quieras.
Llegó a casa de Jill a las tres y cuarto.
Como casi todos los fines de semana, comió con la familia de Jill. El padre de la chica, que trabajaba como guardia de seguridad en el centro comercial, no saldría del trabajo hasta las ocho, así que la madre de Jill los acompañó.
Su madre era como la que él nunca había tenido. Tenía mil temas de que hablar, desde quejas sobre los otros vecinos hasta la última misa que hubiese presenciado; a veces, Dave no la entendía, y no solo porque fumar le agravaba la voz, sino por su acento.
Pero le hablaba con respeto y siempre se alegraba de verlo, así que Dave se sentía bienvenido en esa casa. No le molestaba escucharla hablar de sermones ni de procesiones de Semana Santa, pese a que era incapaz de recordar el nombre de más de una virgen.
Veía a Jill mirarlo de reojo, puesto que la chica intuía que él no lograba involucrarse en la conversación, y le sonreía a medias.
—¿Esa virgen ya estaba ahí? —le preguntó Dave después de comer, cuando se quedaron solos; había señalado con la cabeza la pequeña estatua sobre el mueble de madera en el rellano.
Jill negó suavemente con la cabeza.
—La pusieron para bendecir la casa. Otra vez.
—¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
—He tenido muchas pesadillas últimamente —confesó la chica, que, mientras doblaba el mantel de hule entre sus manos, se acercó a la puerta de la sala para contemplar al ídolo—. No creo que un trozo de madera pueda quitarme los sueños, pero...
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𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥
General Fiction«Dave está sanando. Sabe qué es el amor verdadero, ha aprendido toda la teoría, ¿pero cuánto tiempo le tomará ponerlo en práctica?» * * * Un año después de los juicios legales, se anuncia la sentencia que separará a Dave para siempre de sus agresore...