2. Vencer el miedo

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¿El amor a quién? ¿Y de quién?

Dave no se atrevió a hacer más preguntas, porque no era la respuesta que esperaba. Necesitaba explicaciones, instrucciones. Quería reparar a Jill, pero no podía. No estaba en su poder.

Le habló de Raúl Hamida a Jill una noche por teléfono, ese chico de ojos claros y escasa barba, de diecisiete años, que se sentaba a su lado en clase. La tutora no había asignado sitios, así que Dave pudo seguir colocándose junto a Raúl, en dos mesas en el centro del salón de clases.

Esas primeras semanas, descubrió que Rielo, el profesor de Educación Física, era el único que no le agradaba. Un día Dave lo escuchó anunciar en el enorme gimnasio techado que tenían tres hombres y medio en clase ese año, y él miró de reojo a Raúl, que se rio.

—Está hablando de mí.

El corazón de Dave se había acelerado.

Detestaba ese tipo de comentarios, detestaba la superioridad de los humanos. Los había detestado desde que tenía uso de razón, porque tampoco se soportaba a sí mismo. Conocer a Raúl Hamida había sido otra manera de romper sus escudos de defensa, porque la única persona en la que confiaba era su padre.

・❥・

Ángel habló con Natalia Carreón unas semanas más tarde, con quien coincidía en los turnos de patrulla, cuando aprovechaban para actualizar sus vidas. Últimamente era lo único sobre lo que hablaban.

Ya que Ángel no era el tipo de persona que compartiera su vida a menudo, Natalia, desde que él comenzó a abrirle el corazón, se limitaba a escucharlo.

—El otro día encontré a Dave comiendo madera.

—¿Qué?

Ángel se había apoyado de espaldas contra el mostrador de recepción de la oficina; a esa hora de la madrugada, en mitad de la noche, mientras esperaban el cambio de patrulla, nadie los interrumpiría.

—El domingo por la noche. —Bostezó a continuación, paseando la vista entre las montañas de papeles y carpetas amarillas ante él.

Había visto a Dave bajar la escalera, desde su dormitorio hacia la cocina, mascando, y pensó que ya habría cenado, aunque apenas eran las ocho de la tarde.

—¿Qué comes?

El muchacho, que no notó su presencia hasta que habló, pareció petrificarse.

No se movió ni un milímetro, como estatua en medio de la cocina, e incluso dejó de masticar. En ese instante, su padre reconoció que traía algo afilado en la mano, y creyendo que había vuelto a cortarse, se acercó desde la sala para quitárselo.

—¿De dónde has sacado esto?

Dave no respondió. Su padre sostenía, entre las manos, un trozo de madera. Pero el chico, con el coraje que guardaba, aguantó su mirada, casi sin respirar. El que no despegase los labios lo desesperaba.

—¿Qué tienes en la boca?

—Nada.

—Dave, escúpelo.

La serena voz de su padre le erizaba el vello de la piel, y el terror comenzó a agitar sus palpitaciones, tan fuerte que le destrozaban la caja torácica y su padre alcanzaba a oírlo. Así que se sacó la madera de la boca.

—¿De dónde lo has sacado? —repitió.

—De la mesa.

Dave se frotó un ojo con el dorso de la mano.

𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora