23. Muerta en vida

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—Me dijiste que te llamara si necesitaba un consejo —protestó Dave por teléfono—. Entonces dame uno para hacer el amor.

—Usa condón.

Dave bufó. De pie frente al furgón policial, solo en el aparcamiento techado, bajo el cielo nublado, jugaba a arañar el cristal de la ventanilla blindada del vehículo.

—Hablo en serio, Raúl.

—Es que eso sale natural, Dave. ¿Cómo quieres que te ayude si soy virgen?

—Pensé que estabas por casarte.

Estaba. Mi madre quiere que me case con una musulmana y no sé cómo decirle que ni siquiera yo lo soy. ¿Te acuerdas cuánto me odiaron en clase de filosofía por decir que creía en la evolución?

Dave asintió. Raúl tuvo que corregirse y decir que creía que un Dios creador usó la evolución con tal de que la clase no lo acribillara. Sin embargo, ni una sola vez el chico había titubeado.

—¿Y tú recuerdas lo que decían de mi chica en la secundaria? —musitó. Lo escuchó afirmar al otro lado de la línea—. Era verdad. La violaron hace años.

Aguardó en silencio unos segundos. Ya no eran dos niños para reaccionar de forma infantil, aunque no sabía qué esperaría de Raúl. Su amigo, sin embargo, respondió con toda seriedad:

—Si fuera yo, mataría a golpes a quienes...

—Eso ya lo hice —se quejó Dave—. Pero no sé cambiar cómo se siente cada vez que lo hacemos. Se queda tirada como muñeca para que yo lo haga todo. No hace ni un sonido. No tengo ni idea de qué siente. Ya sé que es demasiado personal, pero...

—¿Ya le has dicho que es preciosa, que tienes suerte de estar casado con una mujer tan fuerte, que nunca la dejarás sola?

—No.

—Deberías —repuso Raúl—. Ella te gusta, ¿no? Entonces dile lo que necesita escuchar. Así no se sentirá insegura. Y usa condón. Los anticonceptivos pueden ser contraproducentes. Aparte, no quieres embarazarla después de esa experiencia.

Dave tragó con fuerza.

Se sentía terriblemente culpable al compartir sus más íntimos secretos con alguien más, en especial sin el consentimiento de Jill, pero la desesperación por sacar la cabeza a flote lo obligaba.

—Sigo siendo tu abogado —lo oyó decir, y algo dentro de él se removió—. No he investigado mucho respecto a víctimas de violación, pero sé que, si alguien no es capaz de hablar de la agresión en sí, será imposible que hable de sexo en general.

—Ella no cree en la agresión para empezar —interrumpió Dave—. Cuando saco el tema, dice que no sabe de qué hablo o que eso nunca pasó. Me ha repetido hasta la saciedad que yo la embaracé y su niña es mía, pero es mentira. Ella sola se contradice, aunque no se lo digo para que no se enfade.

—Entonces cambiaré mi consejo. Aunque no sea lo más ético, hazla enojar. Las personas que embotellan sus sentimientos no lidian con ellos hasta que alguien los agita. Dolerá, pero sabrás qué le pasa.

Dave resopló.

Habían transcurrido varias semanas desde que no recibía mensajes ni llamadas de su padre, y comenzaba a echarlo de menos.

Daba igual si intentaba mantenerse positivo, si trataba de convencerse de que aquella noche sería diferente. Algo estaba mal, lo sentía en sus huesos. Pero cuando se acostaba junto a Jill y le preguntaba qué pasaba, Jill lo miraba extrañada y susurraba:

—Nada.

Y él se veía atado de pies y manos.

Jill no se quejaba, ni decía que él la lastimaba, ni lloraba. Por eso Dave sabía que no tenía que ver con su cuerpo, sino con algo más oscuro que no conseguía sacar a la luz.

𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora