27. Gritos en las calles

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—Jill, ¿qué pasa?

Dave se giró en la cama hasta quedar de costado. Veía la figura de Jill sentada al bordillo, con su cabello canela enredado y una ancha camiseta gris que le pertenecía a él. Eran las tres de la mañana.

—Estoy recordando.

La voz de ella, sorda en mitad de la noche, lo hizo incorporarse. Debía llevar un buen rato ahí sentada, porque las lágrimas que gotearon sobre el papel del cuaderno en el que escribía ya estaban secas.

—¿El qué?

—La noche que me violaron.

Dave no lo sabía, pero acababa de escribirle una carta a la niña de quince años que una vez fue. 

Necesitaba concluir de alguna manera ese episodio que la atormentaba.

—¿Por qué?

Despacio, Dave se sentó a su lado, a la orilla del colchón. Ni siquiera trató de leer lo que estaba escribiendo, sino que se concentró en sus ojos grises.

Las pestañas se le habían pegado entre sí por el agua.

—Hay algo que no te he dicho —murmuró Jill, sin mirarlo; tragó con fuerza, pues se le había secado la garganta—. Ese día, Sergio me escribió por la mañana y me dijo que no fuera, pero pensé que se refería a la escuela. Nunca me volvió a escribir. Cuando salimos del juicio, después de que lo condenaran, él me pidió perdón. En ese momento no pude perdonarle. Pero hoy sí. Es el único mensaje que tengo de él y hoy por fin he podido borrarlo. He tardado todos estos años en ser suficientemente fuerte para borrarlo.

Dave no dijo nada.

Se acariciaba los dedos fríos, hasta los nudillos, sintiéndose terriblemente culpable porque sus amigos le habían destrozado la vida a su chica.

Él la había expuesto a ese dolor, pero el hecho de que Jill misma sacara el tema, tras tanto tiempo de recuerdos enterrados, le confirmó que lo estaba superando.

—He querido ignorarlo —musitó ella—, pero no puedo. No fuiste el primero en besarme, ni en tocarme, da igual cuánto me lo repita. No ocurrió así y está bien.

Los ojos cafés de Dave giraron hacia ella. Jill estaba llorando; a él le dolía escucharlo.

—¿Segura?

Jill asintió.

—Tal vez suene enfermizo —dijo, limpiándose la boca—, pero cuando... Álvaro me besó, de alguna manera... sentí que era todo el amor que merecía. Le odié tanto, me tocó sin que yo quisiera, me obligó a hacerle cosas asquerosas y sé que, si de verdad yo le hubiese gustado, no me habría tratado así. —Tomó aire y Dave la vio temblar—. Fue la primera vez que alguien me tocó, que alguien me besó. Recuerdo haber pensado que quizá sería ese el único tipo de amor que recibiría en mi vida.

Tragó con fuerza, sin saber si proseguir, si Dave sería capaz de procesarlo.

De todas formas ya le había despedazado el alma.

—Me preocupo por los demás —murmuró—, quiero ayudar a todo el mundo... pero nunca sentí que hubiera alguien preocupándose por mí. Y tú me gustabas tanto. Quería ser tu amiga, aunque jamás creí que tendría la oportunidad, porque no soy el tipo de chica de la que te enamorarías. Pero fuiste el primero en mi vida en llamarme princesa.

Lo había mirado a los ojos. Las lágrimas goteaban sin esfuerzo alguno de su barbilla; ella luchaba por limpiarlas a tiempo. Dave no se atrevió a despegar los labios.

—Ni siquiera mi padre me ha dicho algo así —admitió ella—; empezó con apodos lindos porque te oyó. No sabes cuánto significa que me llames así. Por eso me ha costado aceptar que ese tipo de amor no lo merece nadie.

𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora