Extra 2

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—Sé que Ángel te sanó, ¿pero cómo puedo sanar yo a Ángel?

Dave no supo qué decir.

En el coche plateado que tanto había echado de menos, de copiloto como siempre fue, fijaba los ojos en la vacía carretera ante ellos. Natalia manejaba, metida en su uniforme azul marino; lo miró de reojo dos veces y, entendiendo que no tenía la respuesta, suspiró.

Había llamado al chico hacía una semana para confesarle que nunca había visto a Ángel tan deprimido.

—Estaba feliz de volver a trabajar —le dijo por teléfono—, pero lleva desde marzo diciéndome que quiere rendirse porque le duele el cuerpo. No te lo dije antes porque pensé que se arreglaría.

—Estamos en octubre, Nati. ¿A qué estabas esperando?

Natalia se había encogido de hombros. Le dijo que ya no sabía qué hacer por Ángel y Dave resolvió presentarse allí en cuanto aceptaran su solicitud de tres días libres.

A Natalia nunca le había aterrado tanto hablar de la muerte.

—Me da pánico dejarlo solo —admitió entonces en el coche, y Dave se giró para mirar sus ojos azules; como imaginaba, se le habían cristalizado—, pero me canso. Ayer no volví a casa y...

—¿Lo abandonaste? —soltó él de repente, a lo que ella rodó los ojos—. Nati, es tu esposo. Jill y yo, por mucho que nos hayamos enojado, siempre dormimos en la misma cama.

—Dave, no lo abandoné —declaró; sus ojos relampaguearon—. Yo también necesito tiempo para pensar, para procesar. Me duele lo que dice. No sé si no le entiendo cuando habla o realmente está pensando en suicidarse.

—Mi padre no haría eso.

Se le había desbocado el corazón de imaginar la posibilidad.

No estaba mentalizado para despedirse de nadie más.

—No duerme —repuso Natalia— ni come si yo no estoy. Hemos ido a médicos que siguen diciendo que es demasiado joven para que le operen. Solo le recetan medicamentos y ya no se los quiere tomar porque le duele igual.

Natalia había pasado toda la noche fuera de casa.

Salió de casa a las tres de la tarde para su turno, que finalizó a las diez. En los vestuarios de Comisaría, se bañó y vistió; luego, apagó su teléfono y se quedó en el furgón policial tratando de resolver sus asuntos mentales. Lloró, se enojó y se quedó dormida, hasta que amaneció.

El vuelo de Dave aterrizaba a las cinco de la tarde, así que lo esperó para llevarlo a comer y explicarle lo sucedido. No quería volver a casa, no quería enfrentar a Ángel, ni sostenerlo ni un momento más. Todos sus intentos habían fracasado.

Nada bastaba.

De modo que recogió a Dave del aeropuerto, condujo a la urbanización, le entregó las llaves del apartamento y se fue a trabajar. Tendría turno de noche y no saldría hasta las tres de la mañana.

Cuando Dave la llave giró en la cerradura, Ángel creyó que se trataba de Natalia.

Sin embargo, Dave entró, con su sudadera roja y jeans negros, y la mochila que usaba para el trabajo. Al dejar las llaves sobre la mesa de cristal de la sala, notó que las persianas seguían bajadas, como si no hubiese nadie en casa. Anochecía, aunque no pudiese verlo. Lo llamó una vez, porque al girar la cabeza, lo vio.

La luz de la cocina estaba encendida.

Dave soltó la mochila contra la pared y se introdujo a toda velocidad en la cocina.

𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora