Extra 1

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—¿Cómo está tu nieta?

Ángel sonrió sin querer. Natalia ya no le preguntaba por Dave sino por Lauren, y eso le agradaba.

—Jill me ha mandado fotos de Lau —le dijo—. Está lindísima.

Como casi todos los principios de verano, llovía, pero ni siquiera era una lluvia normal, sino que una tempestad azotó el edificio de comisaría, inundó las calles de la ciudad y ahora golpeaba el techo del Peugeot plateado como si pretendiese perforarlo.

Él había accedido a llevarla a casa porque Natalia no tenía coche; de hecho, se trasladaba en el furgón de la policía siempre que podía. Sin embargo, llevaban más de veinte minutos aparcados delante del apartamento de ella, bajo el cielo negro, alrededor de las nueve de la noche, esperando que la tormenta eléctrica aminorase.

Hacía algunos días, Natalia, sin decírselo a Ángel, llamó a Dave para preguntarle si tendría libres días en septiembre.

—Tu padre realmente quiere verte —le dijo—, a ti y a toda tu familia.

Se ofreció a pagar los vuelos y a darles estancia antes de sorprender a su padre, y Dave le prometió que lo hablaría con Jill y con sus superiores.

—Será mi regalo por tu cumpleaños —había dicho Natalia, a lo que Dave se rio.

—Lo que yo quiero por mi cumpleaños es que te cases con mi padre.

A Natalia se le cortó el aliento. Probablemente Dave no tenía ni idea de cuánto luchaba ella por no dejarse llevar por sus sentimientos.

—Pero...

—A mi padre le gustas —le insistió Dave—. Llevo años diciéndole que te lo diga, pero no me hace caso, y sé que él también te gusta. Tienes que conseguir que se te declare de una vez por todas. Sé que contigo él sería el más feliz, y tú también con él. No te niegues la oportunidad de ser feliz, ¿vale?

Natalia nunca le dijo a Ángel de aquella conversación, pero sí pensó en Dave durante días.

Se le aceleraba el corazón cuando Ángel se sentaba a su lado, o se quedaban a solas en la oficina del café, y se contemplaban como si nunca se hubiesen besado. A veces se cuestionaba si realmente había ocurrido o se trató de un sueño.

Aquella noche, lo miró mientras la cortina de lluvia bañaba el auto y se dio cuenta de que el tiempo se le escapaba entre los dedos.

—¿Quieres entrar? —sugirió al fin.

Ángel hizo una mueca.

—Solo si aceptas llevarte mi impermeable.

Natalia puso los ojos en blanco.

—No pasa nada si corro en la lluvia —le dijo—. Lo he hecho muchas veces.

—Esto no es lluvia, es granizo —se quejó él—. Usa mi chaquetón.

—¿Y tú?

—Yo te acompaño a la puerta.

—Quédate hasta que no llueva tanto.

Ángel frunció el ceño.

Nunca había entrado a casa de Natalia. Ella mantuvo los cuartos de sus hijos intactos hasta que Abel terminó la carrera y se mudó definitivamente a Córdoba por su novia. Era una buena chica, por lo que sabía de ella.

—Se ha ido la luz en toda la ciudad —le recordó ella—, así que el portón de tu casa probablemente no funciona.

Ángel estuvo a punto de contrariarla, pero lo pensó dos veces. En realidad, empezaba a considerar que sus pretextos eran solo razones para hacerlo quedarse.

𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora