La noche antes del vuelo, después de que Dave hubiese logrado mentalizar a Jill de que serían solo seis meses de separación y regresaría a buscarla a ella y a Lauren, y se irían a Madrid, tuvo una última salida con su padre.
A las once de la noche, Ángel llegó de su patrulla y, tras dejar el cinturón sobre uno de los brazos del sofá, le preguntó al chico si quería dar una vuelta en coche.
Dave, que salía del baño superior, con la camiseta blanca de letras que Natalia le había regalado y jeans negros, asintió. Le avisó a Jill que saldría y ella le prometió que lo esperaría despierta.
Ángel ni siquiera se cambió. Siguió a Dave al portal, cerrando tras de sí, y bajaron al garaje.
Dave ya había empacado todo lo que, según su padre, necesitaría en la academia. Memorizó todos sus consejos sobre hacer guardia en una zona donde pudiera estudiar, no esconder comida en la habitación y mantenerse siempre al día para no perder puntos.
—Estoy seguro de que no tendrás ningún problema —murmuró en el Peugeot plata que Dave tanto echaría de menos.
Atravesaron la ciudad bajo el cielo negro de verano, alumbradas las calles por el naranja de las farolas; cuando Ángel miraba de reojo el rostro de Dave, que le había perdido el miedo por completo, cayó en la cuenta de que se iría.
Su niño había ingresado a la academia, igual que él hacía veinte años, y nunca en su vida imaginó que sentiría tanto orgullo de él.
Condujo hasta Los Callados, pasando el cuartel militar, y aparcó el auto en el descampado; en la quietud de la noche, crujía la tierra bajo sus pies. Al borde del acantilado se sentaron, balanceando los pies sobre las rocas contra las que encallaba el mar. La espuma se estrellaba contra el desfiladero.
—Quiero que sepas... que estoy orgulloso de ti.
Dave miró a su padre, quien clavó las pupilas en los ojos de su hijo, idénticos a los suyos. Una tímida sonrisa había florecido en los labios de Dave.
Volvió a mirar al horizonte: el negro del cielo y el mar se fundían en uno solo.
—La gente es mala —sentenció— y, como policía, te vas a enfrentar a lo peor de la humanidad. Van a insultarte, a amenazarte. Van a intentar matarte. Pero el secreto para no pudrirte es conocerte mejor que nadie. Cuando sabes lo horrible que puedes llegar a ser, nadie puede herirte. Porque sabes que eres el peor de los pecadores, y los que te ofenden no tienen idea de la maldad que hay en ti.
Dave no dijo nada, porque entendía ese sentimiento a la perfección. Se había sentido así durante años. Nunca pensó que su padre supiese exactamente de qué hablaba.
—Así que no intentes ser bueno, lo que sea que eso signifique —lo oyó decir—. Si tratas de aparentar llevar la vida perfecta, te cansarás y te rendirás. Es mejor ser alguien frío como piedra a fingir lo que no eres. Tu frialdad puede cambiar; tu falsedad no.
—¿Eso me va a salvar la vida?
Había preguntado con honestidad, porque siempre quiso saber cómo su padre sobrevivió a pensamientos suicidas, a la depresión y al dolor humano.
—Una persona que sabe quién es, no puede ser destruida —le respondió.
Dave inclinó la cabeza. Sabía que su padre quería decirle muchas otras cosas, pero no estaba listo para sobrellevarlas.
—No tengas miedo —le dijo—. Eres mi hijo, te puse nombre. Estaré contigo pase lo que pase, porque te amo y eres precioso para mí, y siempre voy a querer lo mejor para ti. Daré cualquier cosa por ti, por tu vida, hasta mi alma. Cuando alguien te lastima, es como si me lo hicieran a mí.
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𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥
General Fiction«Dave está sanando. Sabe qué es el amor verdadero, ha aprendido toda la teoría, ¿pero cuánto tiempo le tomará ponerlo en práctica?» * * * Un año después de los juicios legales, se anuncia la sentencia que separará a Dave para siempre de sus agresore...