11. Tú siempre vas primero

913 95 105
                                    

Al pie de la escalera, metido en su chándal negro ajustado y un jersey burdeos de su padre, Dave estaba respondiendo el último mensaje de Jill cuando escuchó el timbre de la casa.

Su padre le había encargado quedarse cerca para dejar pasar a Natalia Carreón en cuanto llegase, así que Dave presionó el botón del portal y, sin despegar los ojos de la pantalla, abrió la puerta.

Oía a Urías Garrido reírse a estruendosas carcajadas en la mesa de la cocina, donde su padre terminaba de servirles, y a su mujer replicar algo al comentario, ronca la voz por el tabaco. La esposa de Urías, con su corto cabello rubio y sus ojos delineados, era el doble de grande que él, y Urías ya le parecía a Dave un gladiador.

—Dave, no sabía que te vería hoy.

Dave se giró al oír aquella alegre voz saludar.

Había visto a Natalia un par de veces, pero nunca sin uniforme. Con el cabello cobrizo suelto, pasando un poco de sus hombros, cazadora de cuero y jeans desteñidos, y unas deportivas rosadas que le recordaban a Jill, Dave se paraba a su altura. La abrazó de lado, porque no se dejaría besar por nadie a excepción de su padre; cuando ella le preguntó cómo estaba, el chico, inseguro, murmuró que bien.

—Nene, no te quedes...

Su padre salía en ese preciso momento de la cocina, secándose las manos, pero cuando vio a Natalia, pareció quedarse sin aire. Dave, por un momento, creyó que había olvidado cómo respirar.

—Nati.

Dave arqueó las cejas. No comentó nada, sino que los miró de reojo a los dos, pues nunca había visto a su padre titubear delante de nadie.

Natalia no era modelo ni nada similar, pero Dave no negaría que era guapa. Dado que no solía sonreír en la comisaría, era la primera vez que el chico la veía tal y como era. Ella tardó unos segundos en reaccionar y saludar a su padre; a continuación, le tendió una bolsa de papel marrón al muchacho.

—Te he traído un regalo —le dijo, como si fuera poca cosa—. Es de mi hijo. Está todo nuevo, nunca lo usó, pero no sé si te gusta este tipo de...

—Me gustará.

Dave revisó el interior, sin sacarlo. Luego alzó la cabeza para mirar primero a su padre y después a Natalia.

—Gracias por venir a mi boda —murmuró, con su inseguridad de siempre, y ella le sonrió.

—Ha sido la boda más bonita a la que he ido.

No se lo diría, pero algo dentro de ella se derretía cuando veía al chico. Ya no había marcas negras ni hematomas en su cara, ni encorvaba la espalda, ni ocultaba su cabello. Ahora le brillaban los ojos y sonreía, y no lucía desnutrido, sino fuerte.

—Te ves bien, Dave.

Lo decía de corazón y Dave lo notó. Avisó que subiría a dejar la bolsa en su dormitorio antes de cenar.

Su padre le había reservado un sitio junto a él en la mesa, pues la presidía; Dave, a su derecha, no intervino mucho en la conversación durante la cena. Se limitó a comer pan y carne, y escucharlos hablar de su familia lejana y amigos. Puesto que el muchacho no conocía a la mitad de personas que mencionaban ni tampoco había viajado, no opinó respecto a sus comentarios, sino que se limitó a conversar por mensaje con Jill.

No tenía miedo de patadas o manotazos repentinos porque su padre le permitía tener el móvil en la mesa. Ángel era consciente de que la ansiedad de Dave crecía al estar rodeado de más personas; por eso, ya le había dicho que tenía libertad de usar su teléfono para sentirse cómodo.

𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora