17. Sin miedo al ayer

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—Mi padre tuvo una cita ayer.

Jill miró a Dave, que había hablado.

El chico sostenía entre sus manos a Lauren, que había subido considerablemente de peso en los últimos meses, y la rotaba para ver sus diminutos pies sacudirse, dentro del mameluco de lunares.

Estaban en el dormitorio del chico, pegadas las espaldas al cabecero, porque Jill no tenía la confianza suficiente de moverse por la casa como si fuese su hogar. Ni siquiera en la casa de sus padres acostumbraba a salir de su dormitorio.

—Nunca me he imaginado a mi padre en una cita —le confesó Dave.

—¿Es raro?

Él hizo una mueca.

—Supongo. Mi madre tenía novio nuevo cada dos meses, así que estaba acostumbrado —admitió—. Pero es la primera vez que mi padre sale con alguien, aunque diga que es su mejor amiga.

—Eso significa que está enamorado.

—Yo le dije que la besara.

—¿Te hizo caso?

Dave se encogió de hombros. Su padre no le había comentado nada respecto al día anterior, sino que lo resumió en un simple "bien", por lo que el chico dedujo que no avanzaron a nada.

De haber pasado algo más, se lo habría dicho.

Ángel y Natalia se habían visto fuera del trabajo tres o cuatro veces en sus años de conocerse, puesto que él se juró que guardaría su reputación desde el divorcio. Si su ex esposa, o alguien que la conociera, lo hubiese visto con otra mujer, no habrían tardado en hacer suposiciones y correr rumores sobre él. Tratar de explicarle esos malentendidos a sus hijos luego hubiese sido imposible.

Ahora, sin embargo, era diferente.

Tenía el permiso de Dave, y cuando vio a Natalia entrar en la cafetería aquel lluvioso día de verano, después del turno de mañana de él y antes del turno de noche de ella, no permitió que su mente lo condenara.

—Siento haber tardado tanto, la ciudad se está inundando y...

—No he esperado nada.

Mentiría si dijera que no se le aceleraba el corazón cada vez que la tenía a medio metro de distancia. De repente, en la ocupada habitación, parecían estar solo ellos dos.

La oía hablar de fondo, pero su voz se mezclaba con las cafeteras que filtraban el café y el chocar de las cucharillas en los platitos. Los ojos azules de Natalia se movían en todas direcciones, como disimulando sus nervios, al igual que sacudía las manos al explicarle algo sobre sus hijos.

—Deberías invitar a tu hijo a casa —le sugirió, y Ángel parpadeó. Ella nunca lo había invitado a su casa—. Tengo un montón de ropa para él. Tráelo para que te sientas más cómodo.

—Puede que lo haga.

Suspirando, Natalia apoyó los antebrazos en la mesa. Sin los uniformes, entre paredes distintas a las de comisaría, él aprovechaba para mirarla a los ojos cuando ella desviaba la mirada.

El cabello cobrizo de Natalia le rozaba los hombros, lacio. Maquillada y en ropa de deporte, no parecía la misma agente que subía criminales a su furgón.

—¿Qué significa que sientes algo por mí?

A Ángel se le anudó la garganta antes de que despegara los labios.

Era culpa suya que ella hiciese preguntas asertivas, por no reconocer sus indirectas. Si se echaba para atrás en ese momento, ella no lo tomaría en serio; pero si lo admitía, todo entre ellos cambiaría. Además, Urías no sabía nada.

𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora