29. Lo que me reste de vida

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—¿Dave? Soy Natalia. Ángel está en el hospital.

Su fría voz a través de la línea se repetía en la mente de Dave como una grabación en estéreo.

Lo había llamado la mañana de un sábado en abril, después de Semana Santa; él, que había trabajado durante las vacaciones con la esperanza de reservar sus quince días para el verano, de pronto se encontró buscando el primer vuelo a Málaga.

—¿Qué ha pasado?

—Le dispararon. Pero no te alteres, no se ha roto nada. Se ha desgarrado algunos ligamentos colaterales y cruzados, pero no las arterias. Lo operaron el jueves y hoy otra vez.

—Intentaré llegar lo antes posible.

En ese momento Dave estaba en Comisaría, así que presentó la minuta de quince días de inmediato.

No le concedieron días libres hasta el lunes: en cuanto lo supo, se presentó en el instituto de Lauren y pidió un parte de salida para ella. La vio bajar el pasillo hacia Jefatura, donde él la esperaba, acompañada por el jefe de estudios.

Al principio Lauren refunfuñó que se encontraba en medio de un examen, pero Dave le lanzó una mirada mordaz que la calló.

Pero el sábado por la noche, a solas con Jill en el dormitorio, tras quitarse el polo, se revolvió el cabello rubio, exasperado.

—Mi padre está en el hospital.

Vio los ojos de Jill abrirse al máximo, tan horrorizada como él cuando Natalia se lo dijo. Liberando un profundo suspiro, se quitó el cinturón y lo dejó sobre la cómoda.

—Trasladaron a la Guardia Civil y los GEO a Ceuta para desarticular una banda de crimen organizado —le explicó—, y mi padre es el jefe de subgrupo. Se suponía que estaría a salvo, pero tiene la odiosa manía de siempre meterse donde no le llaman.

—Tú habrías hecho lo mismo.

Dave la miró mal mientras doblaba su polo. Disimuló las punzadas en el pecho tensando la mandíbula.

—De todas maneras, me molesta.

Según Natalia, se había desplegado un grupo de agentes para invadir un narcopiso cuando el líder de la banda no se encontraba, probablemente porque le fue dado aviso.

Interceptaron mil quinientos gramos de estupefacientes, dos automóviles y los teléfonos móviles de cinco detenidos. Estaban en el proceso de identificar al miembro de la organización que preparaba a las víctimas cuando escucharon las sirenas del coche policial.

Automáticamente, a través del transmisor de Gerson, el agente parado junto a Natalia, brotó la voz de Ángel.

Y Natalia perdió el color.

Creía que él estaba en el furgón, donde dijo que se quedaría.

Pero todos escucharon perfectamente que él estaba retenido.

—Bajad las armas o alguien saldrá herido.

Habían secuestrado el vehículo blindado.

Estaban capacitados para esos casos, pero una de las cosas más difíciles que tuvo que hacer Natalia fue enfriar la mente. Ángel nunca hablaba así; ella lo conocía.

—Entendido.

Gerson había respondido. Seguramente escuchaba los latidos trastornados del corazón de Natalia, a su izquierda.

En orden y en guardia, abandonaron el narcopiso. Había llovido recientemente: en la tenebrosa noche, las luces rojas y azules de la policía rebotaban contra las paredes de ladrillo y el asfalto mojado.

𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora