A veces pienso que todo lo que me sucede, pasa por alguna razón, pero yo no creí nada de eso hasta que ese día llego. Creía que me estaba volviendo loco, pero al verlo con mis propios ojos, caí en cuenta que la ciudad tenía más secretos que esconder...
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Me desperté con los primeros rayos de sol entrando por mi ventana, me levanté y restregue mis ojos. Mire la hora, 6:40. Faltaban solo 20 minutos para las 7, oh no. A esa hora empiezan las clases.
Salí disparado hacia la ducha y me bañe demasiado rápido, salí y me vestí. Agarre lo mismo de ayer, me gustaba mucho el gris. Me lave los dientes, tomé mi mochila y baje las escaleras como un rayo.
Y como ya lo suponía, solo mi madre y Williams estaban en la cocina, al lado de mi madre, estaba el plato limpio de Elena y al frente el de mi padre, ya se habían ido... Hace... 20 minutos, genial.
Williams me miró y le hizo señas a mi madre para que girará. Ella me miró y abrió los ojos como platos.
—Pensé que no irías al colegio por lo de ayer. Tu padre me contó y también sobre los chicos.
—Si, pero mírame bien. Estoy bien y si no me apuro llegare tarde —le contesté un poco mal, lo admito pero estaba enojado. Ella al escucharme cambió su rostro a uno triste—. Lo siento, mamá... Es que esto es demasiado para mí, todavía no he ordenado mis pensamientos. Me tengo que ir, no me queda tiempo de nada.
Me despedí con la mano y salí como un rayo. Me tocaba correr, mis padres no me permitían usar algún medio de transporte, aún, por ser menor de edad. ¿Pero y mi bici?
Digamos que solo tengo la de niño, y no le he dicho a mi padre que me comprara una nueva. Abrí el portón y lo cerré al salir. Acomodé mi mochila y empecé a correr como nunca.
Mis padres me iban a matar al saber que fui al colegio corriendo, no debería. Debido a la herida en mi espalda, me daba problemas respiratorios, y no traje mi inhalador.
Vaya suerte, corrí por las aceras de Nueva York. Me daba risa ver a la gente mirándome como loco, y no sólo eso. Todos ya me conocían y se les hacía raro verme correr así. Y menos sabiendo sobre el accidente.
—¡No le digan a mi padre! —grité hacia ellos, me miraron y asintieron. La mayoría de ellos me cubrían, y los otros ni se atrevían a decir algo por miedo.
Mire mi reloj de mano, 6:58. Oh no, ya voy tarde. Lo malo es que a las 7 en punto cierran el colegio, y no tienen piedad con nadie.
Cruze la última calle y llegué al colegio. El guarda todavía estaba allí, mirando su reloj. Al verme sonrió, le salude rápidamente y entré. Sonó mi reloj, al verlo lo supe 7:00.
Llegue a tiempo, y el guarda comenzó a cerrar las puertas. Yo por otro lado, aún con mi respiración agitada busque mi casillero. Saqué lo que iba a utilizar y revise mi horario.
Educación Física... Genial... Corrí por los pasillos, sabía que si llegaba 10 minutos tarde, el profesor me iba a dejar una tarea larguísima.
Cuando estaba por llegar a gimnasio, choque contra algo. No, no contra algo, sino contra quien. Ambos caímos al suelo, y gruñimos de dolor.