—¿Stacy? —murmuré en mi asombro.
Me quedé estupefacto. Quise decir algo, pero ella se me adelanto. Me dio un beso en la mejilla, luego me abrazó y susurró a mi oído: «te extrañé».
Por primera vez dije mis pensamientos en voz alta:
—¡Te eché de menos! —por vez primera saqué mis pensamientos al aire.
Me miró y preguntó:
—¿Qué haces aquí?
Por segunda ocasión no dejó que respondiera su pregunta, me tomó de la mano y me llevó con ella. Entramos a un salón. Antes de entrar al aula noté que en la puerta estaba escrito el número seiscientos dos.
Como era de costumbre me senté en el último lugar de la clase, Stacy se levantó de su lugar y caminó hasta en donde estaba sentado yo.
—¿Qué haces aquí atrás? —preguntó Stacy.
—¿Sabes que quienes se sientan aquí atrás no hacen nada? Tú no perteneces aquí —dijo, en ese momento no supe si hablaba Stacy o mi madre.
«Pero también se sientan los tímidos que preferimos la soledad», pensé.
Stacy me llevó hasta adelante y me invitó a sentarme en un lugar junto a ella.
«Durante toda mi vida escolar siempre me había sentado en el último lugar de la clase y había sido el mejor. Me sentaba en el último lugar acompañado nada más por la soledad. No quería hacer amigos, solo quería estudiar. Nunca me gustó hacer trabajos en grupo y cuando se presentaba la situación en la que debía hacerlo, primero le preguntaba al tutor si era posible trabajar solo».
El tono de una campana electrónica retumbó en toda la institución indicando que oficialmente mi primer día de clases en la Secundaria Juvenil comenzaba. Un profesor de gran estatura ingresó al aula, dijo su nombre, el cual ya no recuerdo. Era el profesor de historia. Durante treinta minutos solo habló de sus aptitudes como maestro y los logros que debíamos alcanzar nosotros como estudiantes.
La campana electrónica emitió su tono por segunda vez, la clase terminó, el profesor de historia o quizá el de aptitudes se marchó, casi de inmediato otro tutor ingresó al aula. El siguiente tutor simplemente se presentó e inició la clase. La clase transcurría con total normalidad hasta que el profesor se detuvo a hacer una pregunta. Yo sabía la respuesta, pero no levante la mano, aún no me había adaptado a mi nuevo hábitat. Algún estudiante levantó la mano y respondió la pregunta.
El tono de la campana electrónica retumbó por tercera vez, el profesor se retiró y otro ingresó. Y así hasta que llegó la hora del descanso. No sabía que la hora del receso había iniciado, solo lo supuse al ver al resto de mis compañeros abandonar el aula.
Durante todo el receso estuvimos juntos. Fuimos a la cafetería escolar, en el recorrido Stacy saludó a muchas personas que conoció en su escuela primaria.
Por ser yo la persona con quien ella compartía su tiempo me gané la simpatía de algunos cuantos, en el instituto, así como la envidia de otros.
La hora del descanso terminó, volvimos al salón de clases. Tras horas y horas de exponer nuestras mentes a palabras, formulas, números y otras muchas cosas aburridas. Finalmente, mi primer día de clases terminó.
Nuestros padres nos habían dicho que debíamos regresar a casa en autobús. Mientras esperábamos la ruta, Stacy y yo hicimos un recorrido por el parque. El parque tenía algunas bancas de madera, una fuente, algunos juegos y una estatua ubicada en medio de la arboleda en honor de Francisco de Paula Santander.
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Sentimientos entre tinta y papel.
RomanceSinopsis Los paraguas se detuvieron en medio de lápidas adornadas con crucifijos, fechas, nombres y un verso visible que perpetuaba la memoria del difunto. Algunos llevaban allí más de cien años, otros sólo meses. Algunos de los que descansaban en l...