Capítulo 42

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Helada melancolía


Eran las últimas semanas que pasaríamos juntos. En esos momentos más que nunca éramos más unidos. Todos los días vivíamos momentos felices, pero en el fondo estábamos tristes, sabíamos que pronto nuestras almas serian separadas. Todos los días que arranqué una página del calendario igualmente arrancaba una lágrima de mis ojos. Las heladas tinieblas que tenía en el fondo las canalicé y las convertí en múltiples melodías para Stacy. Algunas de las canciones que compuse para ella se las enseñé a tocar, así cuando ella estuviera triste me recordaría con sólo hacer sonar una cuerda.


Desde la navidad anterior en la que recibí aquel extraño regalo de parte de papá, intenté darle un uso apropiado. Había aprendido algunas técnicas de pintura con las guías que traía el kit de arte. En mis pocos tiempos libres pinté uno que otro garabato. Ese día me desafíe a pintar mi primera pintura. La fotografía que la madre de Stacy me había obsequiado la utilizaría como modelo. Que reto más grande el que tenía en mis manos. Capturar la belleza de Stacy en una pintura no sería nada fácil.


Coloqué un caballete de trípode junto a la ventana de cristal de mi habitación, saqué una pequeña mesa plegable y sobre ella puse la pintura de óleo y los pinceles. Dibujé sobre la fotografía una cuadricula e igualmente otra proporcional en el lienzo sostenido en el caballete. Con algunos lápices de grafito de las diferentes tonalidades dibujé en el lienzo el boceto inicial, luego simplemente dejé que las pálidas pinceladas danzarán sobre el lienzo, la única parte de la pintura a la cual le agregué color fueron a los ojos de la bella chica. Cuando la pintura se secó la cubrí, busqué a Stacy para que observara mi gran obra.


—¿Estás lista?


—¡Sí!


Quité la tela que cubría la pintura.


—¡Vaya! —reaccionó— no sabía que pintabas.


—Yo tampoco lo sabía, pero tú me enseñaste —murmuré.


—¿Y cómo se llama la obra? —preguntó.


—No había pensado en eso —dije— la llamaré: «Azul cielo.»


—¡Me encanta!


—Quiero que tú la conserves —dije.


—¡Cariño! Consérvala tú —dijo.


—Quiero que tú la conserves, así cuando la mires me recordarás en cada pincelada y si alguien más ve la pintura y llega a preguntar por el artista, recordarás mi nombre -me esforcé por no llorar.


—Ok.


—¿Y cómo hiciste para pintarme? —preguntó cruzándose de brazos.


—Tu madre me obsequió una fotografía de ti.


—¡Puedes conservarla! —dijo.


Nos abrazamos y paulatinamente susurramos al oído del otro: «no me olvides.»

Sentimientos entre tinta y papel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora