Mi cabeza duele, duele mucho.
Trato de ver a mí alrededor pero me es imposible. No tengo fuerzas ni para abrir los ojos.
Las pulsaciones en mi cabeza no se detienen, siento como la sangre me recorre la mejilla derecha y gotea en mi hombro.
Intento moverme pero no puedo. No sé en qué momento perdí el control de mi cuerpo.
Escucho voces, muy lejanas por lo que se sienten como murmullos.
—Mantenga la calma, ahora vienen por usted.
No emito sonido. Por más que quiera no lo hago.
No sé dónde estoy ni como llegue aquí. Pero si me urge salir. Quiero ir donde mis padres.
No ha sido un buen día, la vida me ha escupido y se ha burlado en mi cara.
¿Cómo lo sé?
Ni idea, pero sé que es verdad.
Abro los ojos pero los vuelvo a cerrar cuando miles de brillitos me impiden ver.
De repente siento como algo que está en mi abdomen me aprieta más y hace que me falte el aire.
Ya no aguanto, siento que algo se desparrama en mi cabeza dejándome en blanco, dejando el mundo atrás.
Al menos mi propio mundo.
***
Siempre es lo mismo. Nunca recuerdo lo que sueño. Lo he hablado con el doctor y en las tres únicas sesiones que tuve con la psicóloga pero me dijeron que es un trabajo de mi cerebro. Mi subconsciente elimina esos momentos de estrés y es imposible recordarlos.
Termino de acomodar mi cabello en una coleta antes de bajar a la cocina. Son las siete y media de la mañana.
Y no puedo creer que este despertándome un domingo a esta hora.
Siempre lo hago a las diez de la mañana, al igual que los sábados.
Son mis días de descanso.
Pero necesitaba verme presentable y arreglar el desastre de mi cocina antes de que Ruggero despertara.
Mi integridad estaba en juego.
Cuando estoy bajando las escaleras escucho ruidos y me alarmo tratando de recordar si deje bien cerradas las puertas ayer.
Me asomo con cuidado y lo que veo me deja sorprendida.
—¿Ruggero?
Él se voltea dejándolo en evidencia.
Mi delantal de flores, el cual uso cuando lavo los platos, cuelga en su cuerpo.
—Buenos días Karol.
—Buenos días, ¿qué estás haciendo?
Se seca las manos en el trapo que tiene a un lado.
—Suelo despertar muy temprano los domingos.— ahí fallamos, soldado.—Y me tome el atrevimiento de hacer esto. Tómalo como un agradecimiento.
Me caso.
Si está acostumbrado a levantarse los domingos tan temprano y hacer los quehaceres domésticos sin preguntar, es obvio que me caso.
—No tenías que molestarte.
Él se gira para secar el último plato y ubicarlo en su lugar.
—No es molestia.— se saca el delantal y lo deja en el perchero, cerca de la cocina. Sí que le quedaba bien.—Ahora vamos a desayunar para que me lleves a buscar la inspiración.