18|Amor|

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Ni si quiera puedo hablar.

El dolor originándose en mi estómago, subiendo por la tráquea y quedándose atorado en mi garganta. Solo es liberado por lágrimas que seco con fuerza, con la intención de que nadie me vea. Buscando las llaves de mi auto y separándome de mis padres.

12 de Octubre de 2019.

Fecha que en este preciso momento la he marcado como una de las peores. Segura de que el día me proporcionará dolor y rabia a la vez.

Sin saber a dónde voy, precisamente.

Solo un lugar que este libre y me sienta de la misma manera, tratando de verle lo positivo a lo que acabo de hacer.

Sin embargo, el mundo, por ende el destino, conspira en mi contra.

El estrellón, ajetreo de mi cuerpo y el olor a sangre lo comprueba.

***

Ayer me ha dolido la cabeza, pero estoy segura que no es nada grave. A todo el mundo le duele a veces. Pensaba en ir al doctor pero hoy he amanecido muchísimo mejor. Los niños pueden confirmarlo.

Y no puedo creer que esté jugando a la rayuela, teniendo en cuenta que ya tengo veinticuatro años.

Mi cumpleaños fue increíble.

Rodeada de las personas que amo y me aman. Bailando hasta que mis pies gritaban por un momento de descanso.

Lo único que lamento de ese día fue la escena de celos que armé, aunque tampoco haya sido algo exagerado.

La chica rubia es preciosa pero no sé de dónde ha salido. El alcohol en mi sistema jugándome una mala pasada.

—¿Quién es?

Giana estaba bebiendo de su margarita a mi lado. Enfocando su vista en la persona que le digo.

—Creo que una conocida de tu novio.

—Nunca la había visto.

Apenas me da tiempo a voltear cuando giran hacia nosotras.

—Disimúlalo que ahí viene.

En segundos ya lo tengo abrazando mi cintura y besando mi cuello. Enviando una electricidad por toda mi columna.

—¿Cómo la estás pasando?

—¿Quién es?

No puedo evitarlo. Necesito saberlo.

—Una conocida de hace años.

—Se ha marchado muy rápido.

—Su novio la espera afuera.

Y ahí me tenían, abrazándolo a más no poder y aunque él asegura, yo niego haber dicho; eres solo mío, italianito.

Los gritos hacen que preste atención, he pisado una de las líneas dibujadas y ahora son ellos los que apuntan la banqueta, cuando hace unos minutos era yo.

El timbre de regreso suena y los hago lavar sus manos, llenándome de ternura cuando se secan con su toallita.

Definitivamente me gusta mi trabajo.

Ya en la tarde espero a Giana y pasamos remodelando toda su sala. Fue un cambio de último momento. Y también se encarga de dejarme en casa, después de cenar.

No me sorprendo cuando el timbre suena y mi novio está del otro lado.

—Hola, mi amor.

—Hola, preciosa.

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