12|Tonto italiano|

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Dos días. Hace dos días que no sé nada de Ruggero.

No responde mis mensajes y sí se molestó aún no entiendo la razón. Es confuso. Le he llamado pero me manda al buzón.

El domingo decidí despejar mi mente y pasé toda la tarde con Mily, recuperando mis clases. No podía seguir sobreviviendo a base de pasta y milanesas. Me iba a dar colesterol o algo así.

Ayer al salir de la escuela tuve la idea de ir a ver a Ruggero pero lo dejé y como caído del cielo, Piero me distrajo. Fuimos a comer y ahora estaba pasando por un empacho en la sala de mi casa.

—Eso te pasa por comer como desatada.

Me regañó a mí misma y me levanto por un limón. Nunca falla.

El timbre de mi casa suena y por un momento la ilusión surge en mi al pensar que se trata de él.

Me llevo una desilusión cuando abro la puerta pero esta sensación se desvanece rápidamente ya que la que está parada delante de mi es mi mejor amiga y su esposo.

—¡Mi vida!

Giana se tira sobre mi y ambas terminamos en el suelo. La emoción me embarga porque la he extrañado muchísimo. Hablar con ella por celular no es lo mismo.

—¿Por qué no me avisaste?

—Y arruinar tu cara de sorpresa, jamás.

Francesco nos ayuda a levantarnos y de paso lo saludo a él también.

—Yo tengo que arreglar unos asuntos de la casa así que las dejó para que se pongan al día.

Su esposa asiente y se despiden con un beso.

Tomo las manos de Giana y la arrastró hasta mi sala.

—Ahora sí, cuéntamelo todo.

Ella ríe y empieza a hablar.

***

Y aquí estoy, nerviosa en una farmacia con mi mejor amiga viendo unas cremas que no necesita.

—Giana, ya.

Ella deja de ver los precios y mira a la señorita que en este momento está atendiendo a una señora, quien tiene un lindo sombrero.

—Tengo nervios.

Hago que respire junto conmigo y empezamos a caminar hasta la encargada.

—Buenas tardes, ¿en qué las puedo ayudar?

—Mi amiga quiere la mejor prueba de embarazo.

Giana habla tan rápido que apenas puedo procesarlo. 

La señora sonríe y se va a buscar lo que ella le ha pedido.

Alzo mi mano y golpeo el hombro de Giana.

—¿Qué dijiste?

—Me puse nerviosa.

Habíamos salido a la farmacia que estaba a casi una hora de mi casa, porque no quería que la reconocieran en la que estaba en la esquina.

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