25|Tatuajes|

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Han pasado cuatro días desde que nos casamos. Y apenas terminó la fiesta, nosotros tomamos un avión y en unas horas ya estuvimos en Maldivas. Apenas llegamos al hotel descansamos todo lo que pudimos—claro que a eso tenemos que aumentarle el cansancio que adquirimos por nuestra noche de bodas—y luego de eso no hemos dejado de recorrer todo el lugar.

En las tardes pasamos en la playa, salimos a comer. Hemos ido de fiesta y al regresar nos encerramos en nuestra habitación a disfrutar de la cama, o al menos así le dice Ruggero.

Pero justo ahora hemos abandonado el bar para pasear por las calles iluminadas. Solo hemos tomado unas copas, yo más que Ruggero pero aún estoy en mis cinco sentidos. No quiero emborracharme y que se me olvide todo esto.

—¿No te duelen los pies?

Niego ante su pregunta. Mis tacones no son altos y puedo lidiar con ellos. Y me enternezco cuando lo veo mirarme los pies con detenimiento.

—No pasa nada, continuemos.

Sigue agarrado de mi mano y vamos señalando cada edificio que vemos.

—Mi amor.

Él deja de caminar en cuanto hablo.

—¿Te cargo?

Antes de la boda yo había sufrido una pequeña caída y mi pie se lastimó en el proceso. Es por eso que tuve que descansar varios días y cambiar mis tacones por unas zapatillas más bajas. Ruggero es muy protector conmigo y todos esos días fue mi enfermero personal. Me fui imposible no sacarle provecho a eso y tenerlo todos los días abrazado a mí y sus deliciosos masajes. Aunque igual me los hubiese dado sin tener que estar con el pie torcido.

—No, no me duele. Quiero que vayamos allí.

Mira hacia donde estoy apuntando y me mira como si le estuviera bromeando.

—Eres chistosísima.

Toma de vuelta mi mano para retomar la caminata pero no me muevo ni un poco.

—Hablo enserio. La ocasión es perfecta.

Sus ojos se iluminan.

Hace meses me había propuesto en broma la idea de tatuarnos pero después dijo que era algo que quería hacer pero juntos y que respetaba si yo no quería. En ese momento rechacé la propuesta, no porque no quisiera sino porque me daba miedo. Y he pensado que son unos cuantos piquetes. Además deseo compartir eso con Ruggero.

Sería el primer tatuaje de ambos.

Ahora soy yo quien jala de su mano hasta el local iluminado. Cuando entramos no hay muchas personas y nos acercamos al chico del mostrador.

—Queremos hacernos un tatuaje.

—Como todos.

El pobre hombre parece estar demasiado concentrado en la pantalla del computador y ni siquiera muestra una mueca de cortesía cuando por fin nos ve.

—Por Dios William, muestra una sonrisa que vas a espantar a los clientes.— un hombre repleto de tatuajes aparece detrás de él.—Vengan conmigo.

Nos hace entrar por otra puerta y los nervios comienzan a atacarme.

—Vean estos diseños y...

—Queremos fechas en específico.

—Entonces de aquí elijan la letra y escriban lo que quieran.— se levanta de su silla y se acerca a la puerta por donde entramos.—Les daré tiempo.

Solamente TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora