29|Escapada|

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Ruggero

A la distancia observo como Karol baja del auto de sus padres y entran a su residencia. Me sorprende que aun estén aquí y no hayan regresado a Roma. Por parte de Montserrat sabía que ella estaba bien, que el colapso no fue de gravedad y desde que me botó de la habitación solo le hicieron algunos exámenes y al tercer día ya le dieron el alta.

Había restringido mi entrada, todo el mundo la podía ver menos yo, acto que me dolió y mucho más cuando ahora sé que recuerda todo.

Pero lo está recordando mal y no tenía que hacerlo así, no quedarse con esa impresión.

Necesito arreglar este mal entendido de una vez por todas y es por eso que decido acercarme y tocar el timbre.

La señora Carolina es quien abre la puerta y por su cara sé que me va a negar el paso.

—Por favor.

—Ruggero, le recomendaron no agitarse ni alterarse.

—Prometo que al mínimo toque de nerviosismo me voy pero por favor déjenme verla.

Se lo piensa por unos segundos que parecen eternos, mira detrás y suspira antes de dejarme entrar por completo.

El señor Sevilla está en la sala, sentado en el sillón y cruzado de brazos.

—Buenas tardes.

No me regresa el saludo, solo asiente lentamente y me da una señal para que suba.

Me pongo nervioso con cada escalón que subo, temiendo por el rechazo.

Toco la puerta suavemente con mis nudillos y se escucha la voz de Montserrat. Empujo muy despacio y sus miradas se clavan en mí.

—Vete.

Karol está sentada contra el respaldar, acomoda la almohada que su prima le deja y evade mi mirada en todo momento.

—Yo los dejo a solas.

Se intenta ir pero Karol sostiene su mano y reconozco la mirada que le da. Montse se inclina para susurrarle algo en el oído y se suelta de su agarre. Sale de la habitación cerrando la puerta a sus espaldas y dejándonos solos.

No me mira, le presta más atención a la ventana que a mí.

Camino a paso lento hasta quedar enfrente y tomo la libertad de sentarme a su lado.

—Escucha, no sé cuánto tiempo viste lo de Arianna.

—¿Acaso querías que viera todo el show?

—Quería que vieras la parte en que la hago un lado y le aclaro lo enamorado que estoy de una sola mujer y que no es ella precisamente.

Su cara permanece impasible, el estado que más odio. Sobre todo en nuestras discusiones. Porque sí, éramos esposos y la amo demasiado pero era claro que alguna que otra discusión teníamos y cuando permanecía así era la parte que más dolía.

—Pues lamento si no me quede a verlo todo, no tenía mucho interés.

—Lo recuerdas todo.— intento tomar su mano pero la aleja al instante.

—Y no sabes lo que estoy sintiendo.

Aunque ha vuelto a quitarme la mirada de encima, reconozco cuando está a punto de llorar.

—Tú sabes quién soy, todo lo que fuimos y compartimos.

—Y también todo lo que destruimos.

Llorar es una acción que no me gusta, ni ver ni hacer. Ahora imaginen ver llorar a la mujer que amas, a esa que solo quieres hacer sonreír.

Solamente TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora