4|Me encanta|

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Veo como los niños corren mientras agitan sus banderitas de colores.

Las risas no se detienen y sus rostros llenos de felicidad y rojos por la agitación son evidentes.

Gonzalo...

¿Quién es?

Lo de ayer por la tarde me dejó completamente aturdida. Pero por más que intenté recordar algo, no pude hacerlo. Se me ocurrió llamar a mis padres pero ya sabía su respuesta. Además solo había sido un sueño.

Tanto fue el agobio que ni siquiera respondí las llamadas de Ruggero. Estaba confundida y no tenía ganas de nada.

El timbre que indica la hora de regresar al salón, suena. Llamó a todos los de mi grupo y en orden los llevó al baño para que en los lavaderos exteriores puedan asearse.

Me da gusto cuando llegando al salón todos toman sus toallitas para secar su rostro y manos.

Enseñarles las vocales y que aprendan a diferenciarlas es el objetivo de la semana.

Me gusta explicarles de manera didáctica para que no se me vayan a aburrir.

Es por eso que siempre procuro terminar la clase cinco minutos antes de que toque el timbre para que guarden sus cosas a tiempo. Y justo cuando los veo salir se me ocurre una manera de que reconozcan mejor lo que les he enseñado.

Guardo todas mis cosas en mi bolso para beber un poco de agua mientras salgo de la escuela. Aunque casi la expulso cuando veo a un hombre muy guapo, que está apoyado sobre la puerta de su auto.

¿Desde cuándo tiene uno?

—Ruggero.

—Karol.

No puedo creer que haya venido a mi trabajo. Y es que no me malentiendan, es una sorpresa muy grata.

—Escucha.— se aleja de su coche y camina hacia mi.—No quiero parecer un intenso, solo tenía ganas de verte.

—Yo lamento no haberte respondido ayer.

Mueve su cabeza en negación y a mí se me quita un gran peso de encima.

—Quería saber si quieres salir conmigo hoy.

Claro que quería, pasear con él es todo un gusto.

—Con una condición.

Una sonrisa juega en la comisura de sus labios mientras se cruza de brazos.

—Dímela.

—Que cuando terminemos, tú me ayudaras a preparar mi clase.

Eso lo toma desprevenido y siento que lo va a rechazar, pero solo asiente mientras sigue sonriendo.

Toma mi mano para guiarme al lado del copiloto.

Empieza a conducir y a mí me mata la curiosidad.

—¿Cómo conseguiste este auto?

—Mi vecina me lo propuso cuando vio que ayer llegué a pie. Me dijo que me lo podía rentar y lo acepté.

Ahora que lo menciona no sabía en qué parte del pueblo se estaba quedando. Primero pensé que era en un hotel pero el tiempo es muy extenso como para que lo haga.

—¿A dónde me piensas llevar?

No responde. Solo sigue sonriendo.

—Deja de ignorarme y dime.

Es lo que le suelto cuando nos detenemos en un semáforo.

—Deja de ser curiosa. Ya lo veras cuando lleguemos.

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