Si me hubiesen dicho hace cuatro meses que iba a estar tirada en el césped, sobre una manta, mirando el cielo nocturno y que un apuesto italiano iba a estar conmigo, creo que no lo creería. Pensaba que iba a terminar el año calificando tareas.
Osea aún no se termina el año pero se entiende.
Su mejilla está apoyada contra la mía, tirados del lado contrario.
—Y esa es la osa mayor.
Levanta su mano, señalando al cielo.
—No hay ni una sola estrella, Ruggero.
—Le quitas lo romántico a las cosas.
Me rio por el puchero que hace y giro mi cabeza para ver su perfil. Tan guapo y solo la luz de la luna le da un brillo a su rostro.
—Osea que eres un romántico empedernido.
Él se gira para quedar de frente.
—Talvez.
Se acerca un poco más y debido a la posición termina besando mi frente.
Busco mi reloj de mano y como puedo busco subir sobre él, atrapando su cadera con mis piernas y apretando sus mejillas con mis manos.
—Feliz cumpleaños, guapo.
Su sonrisa me da mil años de vida. Compartir con él y ser la primera persona en felicitarlo también.
—Por eso estabas tan ansiosa con tu reloj.
—Tenía miedo de pasarme de la hora, incluso casi me distraes.
Sin previo aviso se adueña de mi boca. Dejo que la tome a su disposición.
Lo que el cumpleañero quiera, mi perfecta excusa.
Para mi suerte, diez de septiembre ha caído un día sábado. Ruggero no viajaría a Roma porque sus padres no se encuentran allí. Pensé que sus amigos lo iban a visitar pero tampoco. Ni siquiera Agustín.
Así que me he encargado de preparar un día solo para él. Yo encantada con la idea.
—Es hora de irnos.
Asiento y me levanto para empezar a caminar, recogiendo la manta en el proceso. Vamos a mi casa primero y cuando intenta irse lo detengo de su mano.
—No quiero que te vayas.
Él entra a la casa sin emitir palabra alguna y aun con mi mano en la suya.
—¿Podemos dormir juntos?
Juro que siento que las mejillas me van a explotar. El miedo de un rechazo empieza a nacer, buscando las mil maneras de contestar si me llega a decir que no.
—Ese es un perfecto regalo de cumpleaños.
—Pero no es un regalo.
—Para mí es el primero y estoy ansioso por obtenerlo.
Hace que ría, él siempre lo consigue.
Tiro de su mano y subimos hasta mi habitación. Tengo sueño así que solo hago una trenza y busco mi pijama. Ya mañana me daré un baño.
Ruggero está sentado sobre la cama mirando sus manos y solo sonríe cuando me mira.
Rodeo la cama para meterme del lado derecho y con unas palmaditas le indico que se acueste a mi lado. Lo hace y no me siento incómoda cuando pasa su brazo por mis hombros, al contrario, sus brazos son un lugar cálido y no me limito a la hora de abrazar su pecho.
Osea, ya nos hemos abrazado antes solo que ahora lo estamos haciendo en una cama.
Me estiro un poco y dejo un beso en su barbilla para volver a acomodarme sobre la dura musculatura y en cuestión de segundos, quedarme dormida.