Siento un movimiento a mi lado, pero estoy tan cómoda, como no lo había estado hace días, como para moverme. Está muy calentito y sé que es sábado, no es día de clases.
Me volteo y abrazo más la almohada, o lo que yo creo que es una almohada. Mis ojos al abrirse, tratan de acostumbrarse a la luz que entra por la ventana, que aunque está cerrada, no están bajadas las cortinas.
Me acomodo mejor y paso mis brazos, acariciando la dura superficie, viendo el rostro dormido de ese hombre que ha puesto mi mundo de cabeza.
Creo que cuando recién despertamos aún no tenemos conciencia por completo. Y yo estoy con un ojo abierto y el otro cerrado. Necesito pestañear varias veces para enfocar bien su rostro.
Es ahí cuando todos los sentidos regresan a mí y me separo de su pecho. Viendo como la hoja que ayer había leído ahora reposa en la mesa de noche de su lado.
Ruggero se frota los ojos cuando se sienta en la cama, está con el cabello alborotado y aun lleva puestos los zapatos.
—¿Dormiste así?
—Me demoré y llegué tarde. Estabas dormida y por lo visto, el sueño también pudo conmigo.
Su sonrisa de recién levantado es lo más tierno que puedo ver a estas horas y no voy a discutirlo con nadie, ni mucho menos admitirlo.
—También tienes la sonrisa más tierna al despertar.— su comentario me asusta pero a él parece divertirle. Pues las carcajada que suelta me lo demuestra.—No leo mentes. Solo que alguna vez lo admitiste y tenías la misma expresión de ahora.
Busco mis zapatos que ni siquiera sé cuándo me los saqué y salgo de la habitación. No tenía que despertar con Ruggero, no cuando la situación es inestable entre nosotros.
Su llamado me detiene al final de la escalera.
—Tengamos un momento de tregua. Desayuna conmigo.
Lo pienso unos minutos. Yo vine aquí para hablar con él, pero fueron todas esas fotos que de algún modo me aturdieron. Porque las veo y nada viene a mí. Es decir, que haré cuando Ruggero me cuente nuestra historia y yo no sepa cómo reaccionar si no recuerdo nada.
Puede ser cansoso para él. Y una agonía para mí.
—Solo si preparas hotcakes.
Su sonrisa se expande y la mía igual. Es un momento de paz para encerrarnos en una burbuja y disfrutar de nuestra compañía.
Corto fruta mientras él revuelve la mezcla y me llama a probar.
—Está deliciosa.— deja un toque en mi nariz, como siempre, ensuciándome. Así que cuando pone el primer hotcake en el sartén, aprovecho para tomar un poquito en mi dedo y manchar su mejilla.—Muy deliciosa.
Me alejo antes de comenzar una guerra y cada quien sigue en su trabajo.
Yo me encargo de poner la mesa y el de traer todo lo que hemos preparado. Desayunamos en silencio pero puedo rescatar que es lo mejor y nos lo merecemos. Solo estamos disfrutando de la compañía del otro.
—Tulipán.
Dejo de saborear mi hotcake para mirarlo.—¿Qué?
—Te decía así porque siempre han sido tus flores favoritas y fue lo que te regalé en nuestra primera cita.— deja sus cubiertos a un lado.—Me enteré que lo tenías guardado aun cuando ya había marchitado y te recalque que así como tu tenías guardado ese tulipán yo merecía que tú seas el mío. Me hiciste amar cada uno de sus diferentes colores.
Mis mejillas deben de estar rojas. Al final de cuentas si ha existido una historia detrás de ese apodo. Pero recalco lo evidente.
—No lo recuerdo.