Ruggero
Las luces de casa se encuentran encendidas, pero no veo a Karol por ningún lugar. Talvez y decidió irse apenas llegó, pero demoré más tiempo del que tenía previsto y casi son las doce de la noche.
No recuerdo haber dejado la luz encendida del pasillo de arriba. Y cuando entro a mi habitación, la imagen más adorable me golpea.
Está dormida de costado abrazando una almohada. Y cuando más me acerco puedo ver que ha encontrado la hoja del periódico, donde se relata su accidente. De seguro también vio el álbum de fotos que los dos habíamos armado.
Recuerdo cuanto me costó buscar mis fotos de pequeño. O más bien, convencerla de que pusiera las menos vergonzosas.
Me siento a su lado y acaricio su cabello.
Si no le dije nada fue porque así me lo hicieron saber.
Tomo el periódico y el recuerdo de aquella noche me golpea.
Detesto ver como se acerca a firmar sin ningún tipo de remordimiento, sin siquiera mirarme a los ojos. Botando todo lo que hemos construido en todos estos años.
Es mejor que te alejes de mí y firmes ese papel.
Eso es todo lo que me había dicho cuando la detuve en la entrada de la sala, en la que ahora nos encontramos.
Ni yo mismo sé el motivo de nuestro divorcio. Solo que no llegó a la noche de nuestro aniversario y ya después dijo que no quería saber nada de mí, que era un tema muerto, algo que me dolió un mundo.
Talvez el orgullo y el rechazo hizo que dejara de insistir hasta que me llegó la primera boleta sobre el divorcio y aunque intenté hablar con ella no pude por lo que dejé que mi abogado se hiciera cargo.
Un mes fue de puro trámite y que me enteraba de sus cosas por su mejor amiga, Giovanna, Valentina o Montse, o cualquiera de mis amigos. Sumergiéndome en trabajo, en ese sentido la editorial fue un gran escape. Arianna, mi compañera de trabajo también fue un gran apoyo, porque al igual que yo, estaba desconcertada por mi separación.
El llamado de mi abogado me hace espabilar y noto que solo falta mi firma. Veo por una última vez a mí, aun esposa, y ella solo desvía la mirada. Acto suficiente para que tome el bolígrafo y firme.
—Bien, oficialmente están divorciados.
Ella asiente y le dice algo a su abogado antes de salir sin esperar a nadie. Veo como sus padres le dan algo y aunque la intentan detener ella hace caso omiso.
Me topo con ellos al salir y admito que la situación es incómoda.
—Yo...
—Buena suerte, muchacho.
El señor Sevilla me da una palmada en la espalda y salgo de ese lugar, sin saber a dónde ir. O más bien con una idea en la cabeza pero temo a que ella haya decidido ir al mismo lugar así que lo descarto.
Una buena opción es irme a emborrachar para ahogar mis penas en alcohol, para olvidar que el maldito amor de mi vida se acaba de separar de mí.
De que soy un hombre de veintitrés años, recién divorciado.
Y cuando estoy a punto de conducir a un bar, mi mamá me llama, lo que acato como una señal divina de que deje una posible resaca por una tarde con mi familia.
Y cuando mi madre pone mi postre favorito, tengo un nudo en la garganta.
Karol se esforzó y le pidió a mamá muchísimas veces que le enseñara a prepararlo, hasta que un día le salió y me sorprendió con eso cuando llegué a casa.
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