Prólogo:

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La justicia es algo subjetivo, no todos piensan que las mismas cosas son justas y se han dado grandes debates y batallas por ello mismo.

La vaga definición de "darle a cada quien lo que merece y necesita" no sirve en casos complejos, y en la mente de un héroe que decidió entregar su vida a la justicia, estas cuestiones hacían eco en su mente.

Este hombre siempre había amado y protegido a los humanos. Sabía que eran seres débiles por naturaleza, y esa era la razón por la que a pesar de esforzarse por hacer el bien, a veces debían volverse malvados. Y después de dudar sobre lo que hacían con sus vidas, los humanos continuaban creciendo. Sabía que el espíritu de la justicia yace dentro de toda la humanidad, en lo profundo de su debilidad innata.

Y a pesar de todo eso, él había sido injusto.

Tubo una última gran batalla en contra de un hombre como cualquier otro, pero cometió el error de no verlo como un hombre, sino como un monstruo.

Era una persona despreciable, de eso no hay duda, alguien que en su dolor se había entregado al edonismo y al placer que le producía el matar y aterrorizar a sus víctimas. Alguien que por su debilidad innata de ser humano había caído en lo más bajo.

Y nuestro héroe, aquel que defendía a los humanos alegando que la justicia vivía en todos ellos, aquel que juraba y rejuraba que después de caer las personas seguían creciendo y mejorando, simplemente decidió que disfrutaría acabando con la vida de ese hombre que miró como a un monstruo.

Un último obstáculo que no pudo superar.

Este héroe era Hércules, dios de la justicia, hijo adoptivo de Zeus y señor de la fortaleza.

Él se había despedido de la vida con una sonrisa, abrazando al asesino que acabó con su vida, y rogándole a sus hermanas que salvaran a los humanos del castigo de los dioses, porque a pesar de todo, ellos lo valían.

Pero el destino le tenía reservado una última parada antes de terminar su vida.

Había un pequeño niño caminaba por las calles de Manhattan, la lluvia helada caía del cielo en la forma de una agresiva tormenta. Y el pequeño solamente quería encontrar a su madre, tenía que hacerlo, era preferible que volver al triste departamento que llamaba hogar.

Había escapado de aquel sitio para intentar pasar la noche con su madre, quien aún debería de estar en el trabajo.

Manhattan es un sitio reconocible en el que es fácil ubicarse, pero para un chiquillo de cuatro años solamente era un sitio inmenso e imponente.

La lluvia de invierno poco a poco se convirtió en granizo, que golpeaba la espalda del pequeño y rebotaba contra su impermeable azul.

Él no sabía que hacer, estaba perdido en medio de esa gran ciudad, con frío y la lluvia más agresiva a cada segundo.

Sin muchas opciones entró en uno de muchos callejones que la ciudad tenía para ofrecer, pensando en refugiarse bajo el pequeño techo que la salida de un establecimiento le ofrecía y esperar a que pasase el mal tiempo.

Y allí fue donde lo vio.

Un hombre gigantesco y musculoso, con una larga cabellera rojiza y vestido únicamente con una túnica griega de cintura para abajo.

No se veía nada bien.

Sus dientes se asemejaban más a colmillos, sus huesos sobresalían de su cuerpo en forma de estacas, sus pies parecían patas caninas y en sus manos tenía filosas garras en lugar de uñas.

Y lo más alarmante de todo, el cuerpo del hombre estaba cubierto casi en su totalidad por una mancha rojiza que crecía más y más a cada segundo, junto con los agujeros que había dejado algo al atravesar de extremo a extremo el cuerpo de aquel hombre. Inclusive le faltaba casi todo el brazo izquierdo.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora