El río:

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Abrí los ojos, sintiendo como el agua me envolvía. No sentía la marca, ni siquiera el veneno de la Quimera. Simplemente estaba vivo, y me sentía físicamente bien.

Sin embargo, mi mente estaba hecha un lío, ¿qué era lo que acababa de ver? ¿Quién era la chica que había visto en mi visión? Respuestas y conocimiento que habían estado en mi mente hacia apenas unos segundos simplemente se habían esfumado.

Noté que tampoco estaba mojado. Al mirar a mi alrededor vi como claramente estaba en el fondo del río, sentía el agua fría y veía dónde se habían quemado mis ropas. Pero cuando me toqué la camisa, parecía perfectamente seca.

Miré la basura que flotaba a mi alrededor y agarré un viejo encendedor.

"Imposible"—pensé. Le di al mechero e hizo chispa. Apareció una llamita, justo allí, en el fondo del Misisipi.

Alcancé un envoltorio de hamburguesa arrastrado por la corriente y el papel se secó de inmediato. Lo encendí sin problemas, pero en cuando lo solté las llamas se apagaron h el envoltorio se convirtió otra vez en un desecho fangoso. Bastante extraño.

Aunque lo más raro aún faltaba: estaba respirando normalmente.

Me puse en pie, manchado de lodo hasta el muslo. Me temblaban las piernas y las manos. Debería estar muerto. El hecho de que no lo estuviera parecía... bueno, un milagro.

Pero seguía inquieto, a pesar de todo eso que estaba viento, no paraba de pensar en la visión que acababa de tener. Había dicho "estar preparando un sucesor" significara lo que significase.

Sacudí la cabeza, decidiendo a que me preguntaría después por eso. Pensé en la gente en el arco, había matado a la Quimera, pero Equidna seguía viva muy probablemente. Quería pensar que el monstruo los habría ignorado, pero no estaba seguro... les había fallado.

Encima de mi, la hélice de una embarcación batió el agua, removiendo el limo a mi alrededor. Y allí, a un metro y medio de distancia, estaba mi espada, la empuñadura brillante sobresalía del barro.

Una voz de mujer, que sonaba ligeramente como mi madre, habló, sin provenir de ningún sitio en particular: "Percy, agarra la espada. Tu padre cree en ti"

—¿Donde estas?—grité en voz alta—. ¿Quién eres?

A través de la oscuridad líquida, la vi: una mujer del color del agua, un fantasma en la corriente, flotando justo encima de la espada. Tenía el cabello largo y o filado, los ojos, apenas visibles, verdes como los míos.

—¿Quién...?

"Sólo una mensajera"—dijo ella—. "Debes saber que el destino de tu madre no es tan negro como crees. Ve a la playa de Santa Monica"

—¿Qué?

"Es la voluntad de tu padre. Antes de descender al inframundo tienes que ir a Santa Monica. Vamos, Percy, no puedo quedarme mucho tiempo. El río está demasiado sucio para mi presencia"

—Pero.... ¿Quién...? ¿Cómo...?

"No puedo quedarme, valiente"—respondió. Estiró una mano y fue como si la corriente me acariciara la cara—. "¡Ve a Santa Monica! Y no confíes en los regalos de..."

Su voz se desvaneció.

—¿Regalos?—repetí—. ¿Qué regalos? ¡Espera!

Intentó volver a hablar, pero tanto el sonido como la imagen habían desaparecido.

"Tu padre cree en ti", había dicho. También me había llamado valiente... a menos que hablara con el enorme siluro que flotaba detrás de mí.

Me acerqué a la espada y la así por la empuñadura. Equidna podría seguir ahí arriba, llamando alguno otro de sus hijos, esperando para rematarme. Como mínimo, estaría llegando la policía mortal, intentando averiguar quién había abierto el agujero en el arco. Si me encontraban, tendrían algunas preguntas que hacerme.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora