Dioses antiguos:

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Tuve sueños muy extraños, llenos de animales de granja. La mayoría quería matarme; el resto quería comida. Y... no me pregunten exactamente por qué, todo el sueño tenía música de fondo, la frase "London Bridge Is Falling Down" se repetía una y otra vez en mi cabeza.

Supongo que me desperté varias veces, pero al no encontrarle sentido a lo que veía y oía, simplemente me volvía a dormir.

Estaba en una cama suave, alguien dándome cucharadas de algo que sabía a palomitas de maíz con mantequilla pero era pudín. La chica de cabello rizado, que ahora descubría era también rubio, sonreía cuando me enjugaba los restos de la barbilla.

—¿Qué es el Éxodo de Hércules?—me preguntó al verme con los ojos abiertos.

—No... yo no...

—¿Qué va a pasar en el solsticio de verano? Y ¿qué son las marcas de tu cuerpo?

Ella miró alrededor, como si temiera que alguien la oyera.

—¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que han robado? ¡Sólo tenemos unas semanas!

—Lo siento—murmuré—, no sé...

Alguien llamó a la puerta, y la chica me llenó la boca rápidamente de pudín.

La siguiente vez que desperté, la chica se había ido.

Un tipo rubio y fornido, con aspecto de surfista, estaba de pie en la esquina de la habitación, vigilándome con sus ojos. En serio, muchos ojos. Tenía ojos azules en todas partes del cuerpo, o al menos eso fue lo que alcancé a ver.






Cuando por fin recobre la conciencia plenamente, no había nada raro alrededor, salvo que todo era más bonito de lo normal. Estaba sentado en una tumbona en un espacioso porche, contemplando un prado de colinas verdes. La brisa olía a fresas. Tenía una manta encima y una almohada detrás de la cabeza. Todo aquello estaba muy bien, pero yo me sentía terrible.

Me ardía el cuerpo terriblemente en las zonas en las que tenía mi marca y en algunas nuevas también. Sentía la boca como si hubiera anidado un escorpión en ella. La garganta me dolía, probablemente a causa de los gritos de antes. Y por más que quería, no me podía sacar la melodía de "London Bridge Is Falling Down" de la mente.

En la mesa a mi lado había una bebida en un vaso alto. Parecía jugo de manzana helado, con un popote verde y una sombrillita de papel como adorno. Estaba tan débil que casi se me cae el vaso cuando finalmente lo había logrado rodear con los dedos.

—Cuidado—dijo una voz familiar.

Grover estaba recostado contra la barandilla del porche con el aspecto de no haber dormido en una semana. Llevaba consigo un largo estuche de lo que parecía una guitarra. Vestía vaqueros, una camiseta naranja con la leyenda "CAMPAMENTO MESTIZO" y llevaba zapatillas en los pies. El Grover de siempre, no el chico cabra.

Entonces quizá todo había sido una terrible pesadilla. Tal ves mi madre estaba sana y salva. Tal ves seguíamos de vacaciones y habíamos parado en esa gran casa por algún motivo. Y...

—Me salvaste la vida—dijo Grover—. Y yo...bueno, lo mínimo que podía haber era... volver a la colina y recoger esto. Pensé que querrías conservarlos.

Dejó el estuche de guitarra en mi regazo con gran reverencia.

Contenía un par de largos cuernos curvos blanquinegros, cortados a conciencia de la base para separarlos del resto del cráneo. No había sido una pesadilla.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora