Vino y locura:

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El campamento estaba cubierto de nieve tras lo que había sido una ligera nevada. Al parecer el señor D había decidido permitir que algo del clima exterior entrara a nuestra burbuja protectora, era una vista ciertamente agradable.

—Wow—dijo Nico al bajarse del autobús—. ¿Eso es un muro de escalada?

—Así es—respondí.

—¿Para qué chorrea lava?

—Para hacer las cosas un poco más difíciles... Ven. Te voy a presentar a Quirón.

Me volví hacia Zoë.

—Quieren que... ¿reporte su llegada?

Ella estaba muy tiesa, claramente incómoda con estar en el campamento, pero al final asintió.

—Dile que estaremos en la cabaña ocho. Cazadoras, seguidme.

—Les mostraré el camino—se ofreció Grover.

—Ya conocemos el camino.

—De verdad, no es ninguna molestia. Resultaba bastante fácil perderse por aquí si no tienes...

Tropezó aparatosamente con una canoa, pero se levantó sin dejar de hablar.

—... como mi viejo padre solía decir: ¡Adelante!

Zoë puso los ojos en blanco, pero supongo que comprendió que no podría librarse del sátiro. Las cazadoras cargaron sus petates y arcos, y se encaminaron hacia las cabañas.

Antes de seguirlas, Bianca se acercó a su hermano y le susurró algo al oído; lo miró esperando una respuesta, pero Nico frunció el entrecejo y se volvió.

—¡Cuídense, guapas!—les gritó Apolo a las cazadoras. A mi me guiñó un ojo—. Tú, Percy, ándate con cuidado con esas profecías. Nos veremos pronto.

—¿Qué quieres decir?

En lugar de responder, se subió al autobús de un salto.

—¡Nos vemos, Thalia!—gritó—. ¡Y se buena!

Le lanzó una sonrisa maliciosa, sabiendo algo que ella ignoraba. Luego cerró las puertas y arrancó. Tuve que protegerme con una mano mientras el carro del sol despegaba entre una oleada de calor. Cuando volví a mirar, el lago despedía una gran nube de vapor y un Maserati remontaba los bosques, cada vez más resplandeciente y más alto, hasta que se disolvió en un rayo de sol.

Nico seguía de mal humor. Me pregunté qué le habría dicho su hermana.

—¿Quién es Quirón?—me preguntó—. Esa figura no la tengo.

—Es nuestro directos de actividades—respondí—. Es... bueno, ya lo verás.

—Si no cae bien a esas cazadoras—refunfuñó él—, para mí ya tiene diez puntos. Vamos.







El campamento estaba muy vacío. No sólo debido a que la mayoría de campistas únicamente venían en verano, sino que si sumábamos las bajas y desapariciones los números eran deprimentes.

Charles Beckendorf, de Hefesto, avivaba la forja que había junto al arsenal. Los hermanos Stoll, Travis y Connor, de Hermes, estaban forzando la cerradura del almacén. Varios chicos de Ares se habían enzarzado con las ninfas del bosque en una batalla de bolas de nieve. Y nada más, prácticamente.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora