La Maldición del Titán:

1.1K 103 13
                                    


Abrí los ojos lentamente, sentía mi cuerpo tembloroso y ajeno. La adrenalina de los últimos días había sido demasiado para mi sistema, al remitir, me había dejado casi muerto.

Traté de reincorporarme, pero alguien me lo impidió.

—Descansa, hijo—me pidió Poseidón—. Ese fue un gran espectáculo, tienes que recuperarte.

Tosí e intente removerme, pero incluso si era gentil, el agarre de mi padre era férreo.

—Sólo fueron unos rasguños—dije—. Estoy agotado, pero es todo...

—¿Y qué me dices del dolor?

—¿Eh...?

Miré a mi alrededor. Me encontraba dentro de un brillante y limpio edificio de color dorado. A travez de las ventanas entraba la luz de la luna. Habían varias camillas de hospital a mis costados, en la de mi derecha, recuperándose de sus heridas, se encontraba Ares mirando al techo.

No éramos los únicos en la habitación. Apolo se movía de un lado a otro, revisando una serie de apuntes. Artemis me vigilaba, con los brazos cruzados, recargada en la pared. Thalia y Annabeth estaban sentadas al lado de mi cama, en el extremo opuesto de Poseidón. Grover se paseaba de un lado a otro tan ansioso como Apolo, bebiendo baso tras baso de café.

Junto a Ares, se encontraba Afrodita, riéndose de los quejidos que soltaba el dios de la guerra cada que ella tocaba sus heridas.

Finalmente, Hermes contaba alegremente la montañita de dracmas dorados que había ganado en sus apuestas. Al verme consciente, sonrió y levantó su pulgar en gesto de aprobación.

—¿Cómo... lo sabes?

Todo el mundo guardó silencio y se volvió hacia mí.

Apolo hizo un ademán con la mano. Todas las puertas y ventanas se cerraron de golpe.

Annabeth me miró a los ojos.

—Lo... lo siento... Percy—murmuró—. Y-yo creí que... bueno—suspiró.

—Creímos que sería lo mejor decirlo—intervino Thalia—. Nadie fuera de ésta habitación lo sabe. La pregunta es, ¿confías en los presentes?

Los miré detenidamente a todos.

Annabeth, Grover, Thalia, Artemis y Ares ya lo sabían. A Poseidón y Apolo iba a decírselos tarde o temprano. Lo que nos dejaba con Afrodita y Hermes...

Ellos eran impredecibles, en el mejor de los casos. No era que desconfiase o no me agradasen, pero no estaba cien por ciento seguro. Aún así, ambos me habían ayudado en el pasado, por lo que terminé aserintiendo con la cabeza.

—Esto no puede salir de aquí—logre decir—. Si Zeus se entérase...

—Eso no sucederá—aseguró Apolo, mientras volvía a estudiarme—. Lo juramos por el Estigio.

Poseidón suspiró y se dejó caer sobre su asiento.

—Aunque... es una historia difícil de creer.

—Dice la verdad—interrumpió Ares—. El niño me arrolló con un jabalí gigante de energía. Eso no lo hace cualquiera.

—También derribó a las Aves de Estínfalo en el campamento—añadió Annabeth—. Y uso el ganado de Gerion con...—hizo una pausa—. Bueno, eso no importa ahora.

—El León de Nemea y las manzanas de las Hespérides...—murmuró Thalia también—. Somos demasiados testigos como para poder negarlo, señor Poseidón.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora