Héroes y guerreros:

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Una cosa debía reconocerle a Ares: tenía un increíble equipo de marketing.

Antes de darme cuenta, me encontraba ataviado en una armadura de combate griega, preparándome para salir al escenario compuesto por un monumental coliseo de estilo romano cuyas gradas estaban abarrotadas de dioses de todo tipo, quienes animaban, vitoreaban, abuchean y apostaban alegremente en anticipación a la batalla.

A mí me sudaban las manos, estaba realmente nervioso.

—Yo jamás firmé para esto.—murmuré, mientras ajustaba las correas del escudo que Hermes me había hecho el favor de prestarme—. No estoy listo...

—Pues más vale que lo estés—me dijo el dios mensajero—. Las apuestas están doce a una en tu contra. Si ganas, me haré el dios mas rico del Olimpo.

—Gracias por la confianza...

—Si pierdes, me quedaré con todas tus cosas para saldar la deuda.

—Olvida lo que dije.

Me dio una palmada en la espalda.

—Vas a estar bien, primo. Intenta no hacer llorar demasiado al grandullón cuando humilles.

Suspiré.

—Lo intentaré.

Miré a mi alrededor, Artemis y Thalia también me acompañaban, observándome desde el otro lado de mi pequeño cuarto de preparación, con los brazos cruzados y la espalda recargada contra la pared.

—¿Realmente vas a hacer esto?—preguntó Thalia.

—Se lo prometí a Ares—respondí—. Lo quiera o no, se lo debo.

Mi prima negó con la cabeza.

—Pero es muy injusto. Él es un dios, y tu vienes exhausto por una misión mortal, golpeado y sufriendo de dolor constante.

Me encogí de hombros.

—Exacto, casi la misma situación en la que nos enfrentamos por primera vez.

Artemis exhaló un bufido y negó con la cabeza.

—Hombres...—murmuró—. Por más justos que digan ser, no podrán nunca evitar querer comparar el tamaño de sus espadas con las de los otros.

Hermes la miró, asombrado.

—¿Artemis hablando en doble sentido? Pensé que te conocía, hermana. Estoy muy orgulloso.

Tosí para llamar la atención de ambos antes de que la diosa le cortase los testículos a su medio-hermano.

—Acabemos con esto de una vez para que pueda ir a dormir.

Me coloqué mi yelmo y entré al campo de batalla.







El lugar era aún más deslumbrante visto desde adentro. La oscuridad de la noche era repelida por el brillo de los reflectores, el rugido de los altavoces y los gritos de la multitud.

El lugar era gigantesco, hecho para una verdadera contienda celestial. Las gradas estaban llenas a más no poder de espectadores. En la primera fila, cerca del área de salida, Annabeth me apoyaba a gritos, animándome para que le demostrase a los dioses de lo que era capaz.

En la parte más alta del coliseo, alrededor del perímetro, doce grandes palcos sumamente lujosos eran ocupados por los miembros del consejo olímpico y sus familiares cercanos.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora