Conciencia:

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—¿Qué quería de ti?—me preguntó Bianca cuando les conté quien era la ocupante de la limusina.

Zoë me observaba detenidamente frunciendo el ceño, no entendía por qué hasta que me figuré como debía de verme: exhausto, sudoroso y con el cabello revuelto.

—Una pelea—me apresuré a decir—. Me desafió a un combate singular.

Todos se quedaron en blanco por un momento.

—¿Qué?—balbuceó Thalia—. ¿La diosa del amor te buscaba para... pelear?

—Esa mujer es letal—aseguré, descubriéndome la herida que me había hecho en el pecho, la cual ya había cicatrizado gracias al pequeño baño que me di con la ola final que había lanzado en la batalla—. Pero de cualquier modo, nos advirtió que tuviéramos cuidado en la chatarrería de su marido. Y que no nos quedáramos nada.

Zoë entornó los ojos.

—La diosa del amor no haría un viaje sólo para deciros esa tontería. Cuidaos, Percy. Afrodita ha llevado a muchos héroes por el mal camino.

—Por una vez, coincido con Zoë—dijo Thalia—. No puedes fiarte de Afrodita.

Negué con la cabeza.

—Miren, sé que no soy precisamente el más avispado hablando de amor, pero sé de lucha y batallas. Y sé que me enfrenté cara a cara y derroté a la Afrodita Areia, tenía un mensaje que entregar, algo más profundo que sólo se entiendo por medio del choque de armas.

Grover me miraba divertido. Gracias a nuestra conexión por empatía podía leer mis sentimientos, y con lo revueltos que estaban, seguramente sabía muy bien de qué me había hablado la diosa.

—Bueno—dije, deseando cambiar de tema—, ¿y cómo vamos a salir de aquí?

—Por este lado—señaló Zoë—. Eso es el oeste.

—¿Cómo lo sabes?

Era sorprendente lo bien que podía ver poniendo los ojos en blanco a la luz de la luna llena.

—La Osa Mayor está al norte—dijo—. Lo cual significa que esto ha de ser el oeste.

Señaló la constelación del norte, que no resultaba fácil de identificar porque había muchas estrellas.

—Chicos—nos llamó Grover—. Miren.

Habíamos llegado a la cima de la montaña de chatarra. Montones de objetos metálicos brillaban a la luz de la luna: cabezas de caballo metálicas, rotas y oxidadas; piernas de bronce de estatuas humanas; carros aplastados; toneladas de escudos, espadas y armas. Todo ello mezclado con artilugios modernos como automóviles de brillos dorados y plateados, refrigeradores, lavadoras, pantallas de computadora...

—Con eso te armas una PC gamer—le dije a Thalia.

—Probablemente—asintió ella—. Pero como dijiste, nadie toque nada. Esto es la chatarrería de los dioses.

—¿Chatarra?—Grover recogió una bella corona de oro, plata y pedrería. Estaba rota por un lado, como si la hubiesen partido con un hacha—. ¿A esto llamas chatarra?—Mordió un trocito y empezó a masticar—. ¡Está delicioso!

Thalia le arrancó la corona de las manos.

—¡Hablo en serio!

—¡Miren!—exclamó Bianca. Se lanzó corriendo por la pendiente, dando traspiés entre bobinas de bronce y bandejas doradas, y recogió un arco de plata que destellaba—. ¡Un arco de cazadora!

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora