Mensajero de los dioses:

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De verdad le debía una muy grande a Annabeth.

La versión oficial de los hechos, proporcionada por ella, fue que yo había usado el poder heredado de Poseidón para crear tormentas. Y usé un huracán para derribar a las aves del Estínfalo.

Claro que, según Tántalo, los pájaros estaban en el bosque ocupadas en sus propios asuntos y no nos habrían atacado si Annabeth, Tyson y yo no los hubiéramos molestado con nuestra forma de conducir carros. Por lo que, desde su punto de vista, no habíamos hecho más que solucionar el desastre que nosotros mismos causamos.

Probablemente hubiera objetado y lo hubiera insultado de estar consciente, pero fui llevado a la enfermería en cuando caí desmayado. Así que sí, horas después, me estaba perdiendo la comida, que incluía aves de Estínfalo fritos a la paisana, que se celebraba en honor a la victoria de Clarisse en la carrera.

Al menos Annabeth se había quedado conmigo, supongo que el casi matarme usando técnicas mortales es una forma de que se le pase el enojo a la gente.

Incluso pareció empezar a creerme sobre mis sueños una vez le volví a contar lo que había visto.

—Si realmente lo ha encontrado—murmuró—, y si pudiéramos recuperarlo.

—Espera un momento—dije—. Actúas como si eso que Grover ha encontrado, sea lo que sea, fuera la única cosa del mundo capaz de salvar al campamento. ¿Qué es exactamente?

—Te voy a dar una pista. ¿Qué es lo que consigues cuando despellejas un carnero?

—Un... un vellón...—comprendí—. El Vellocino de Oro. ¿Hablas en serio?

Annabeth asintió seriamente con la cabeza. Quise levantarme de la camilla de enfermería, pero ella me lo impidió, supongo que menos mal, aún no podía mantenerme de pie, me dolía el cuerpo intensamente y la verdad estaba bastante seguro de que tendría que dormir en el lago esa noche para aguantar la agonía.

—Percy, ¿te acuerdas de las Hermanas Grises? Dijeron que conocían la posición de lo que andabas buscando, y mencionaron a Jason. También a él le explicaron hace tres mil años cómo encontrar el Vellocino de Oro. Conoces la historia de Jason y los Argonautas, supongo.

—¡Si!—dije—. Esa vieja película con los esqueletos de arcilla.

Annabeth puso los ojos en blanco.

—¡Oh, dioses, Percy! Eres imposible.

Me reí adolorido.

—Ya, ya... lo sé. Mi hermano, la cabra mágica voladora, salvo a Frixo y Hele y los llevó a la Cólquide para salvarlos de convertirse en sacrificios humanos... aunque Hele se cayó. En fin, gajes del oficio.

Annabeth asintió una vez más.

—De hecho sí, Percy. Y cuando Frixo llegó a Cólquide, ofreció a los dioses el carnero de oro y colgó el vellocino en un árbol a mitad del reino. El vellocino llevó la prosperidad a aquellas tierras; los animales dejaron de enfermar, las plantas crecían con más fuerza y los campesinos obtenían cosechas abundantes. Las plagas desaparecieron, y por eso Jason quería el vellocino, porque logra revitalizar la tierra donde se halla. Cura la enfermedad, fortalece la naturaleza, limpia la polución atmosférica...

—Podría curar el árbol de Thalia.

—Sí. Y reforzar las fronteras del campamento. Incluso podría curar tú...

La detuve.

—Annabeth, la marca no es una maldición o una enfermedad.

Ella frunció el ceño con enfado.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora