Diosas del Crepúsculo:

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—Jamás llegaremos—protestó Zoë—. Vamos demasiado despacio. Pero tampoco podemos dejar al Taurofidio.

—Muuuuuu—dijo Bessie, que iba nadando a nuestro lado mientras caminábamos junto a la orilla.

Habíamos dejado muy atrás la zona de combate y nos dirigíamos al Golden Gate, pero estaba mucho más lejos de lo que parecía. El sol descendía ya hacia el oeste.

—Se nos agota el tiempo—estuve de acuerdo—. Si no llegamos antes del crepúsculo, el jardín cerrará sus puertas, y habremos de esperar otro día para volver a intentar entrar. Annabeth no tiene tanto tiempo, y el consejo no esperará a Artemis más allá de hoy.

—Necesitamos un vehículo—dijo Thalia.

—¿Pero qué hacemos con Bessie?—pregunté.

Grover se detuvo en seco.

—¡Tengo una idea! El Taurofidio puede nadar en aguas de todo tipo, ¿no?

—De hecho—dije—. Estaba en Long Island Sound. Y luego en el lago de la presa Hoover. Y ahora está aquí.

—Entonces podríamos convencerlo para que regrese a Long Island Sound—prosiguió Grover—. Quirón tal vez nos ayudaría a trasladarlo al Olimpo.

—Pero Bessie me estaba siguiendo a mí—recordé—. Si yo no estoy en Long Island, ¿crees que encontrará el camino?

—Muuu—mugió Bessie con tono desamparado.

—Yo puedo mostrarle el camino—se ofreció Grover—. Iré con él.

Lo miré fijamente. Grover no era el fanático más empedernido del agua, así que digamos. Desde su traumática experiencia en el Mar de los Monstruos el verano anterior había optado por mantenerse lo más alejado del océano que pudiese. Además, no podía nadar bien con sus pezuñas de cabra.

—Soy el único capaz de hablar con él—continuó—. Es lo lógico.

Se agachó y le dijo algo al oído a Bessie, que se estremeció y soltó un mugido de satisfacción.

—La bendición del Salvaje debería contribuir a que hagamos el recorrido sin problemas—añadió—. Tú rézale a tu padre, Percy. Encárgate de que nos garantice un trayecto tranquilo a través de los mares.

No me agradaba el plan, pero era cierto que era nuestra mejor opción.

Traté de concentrarme en las olas, en el olor del océano, en el rumor de la arena, pero no era sencillo. Me sentía muy mareado, desorientado y ajeno a mi cuerpo. Las náuseas aún no se me pasaban, y las imágenes del cuerpo de la Mantícora siendo destrozado parpadeaban en mi cabeza una y otra vez.

—Padre...—musité—, ayúdanos. Permite que Grover y el Taurofidio lleguen a salvo al campamento. Protégelos en el mar.

—Una oración como ésa requiere un sacrificio—dijo Thalia—. Algo importante.

Reflexioné un instante y me volví hacia Zoë.

Ella entendió de inmediato lo que pensaba, y se quitó el abrigo de piel para dármelo de regreso.

—Percy—nos detuvo Grover—, ¿estás seguro? Esa piel de león ha resultado muy útil. ¡La usó Hércules!

Tomé la prenda con las manos y la miré un momento en completo silencio. No pude evitar sonreír con nostalgia al recordar a mi viejo maestro, a la vez que sentía la furia apoderarse de mi cuerpo al pensar en aquello que Zoë me había contado sobre su pasado.

—Quizá—murmuré—. No obstante, tenemos que construir nuestros propios significados para los mitos. El Hércules que conocí no era como el que habita en nuestro mundo, y eso es algo que he de entender bien. El Mensajero de la Justicia no dependió de una armadura impenetrable cuando se vio cara a cara con el Rostro del Mal. Y yo tampoco lo haré...

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora