Reina Amazona:

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Atravesamos la noche a toda velocidad en el Camaro. La lluvia agólpela el parabrisas. No tenía idea de cómo era que mi madre podría ver algo, pero ella seguía pisando el acelerador.

Cada vez que estallaba un relámpago me volvía para ver a Grover, quien estaba sentado a mi lado en el asiento trasero. O él había conseguido unos enormes pantalones de piel peluda, o pasaba algo aún más bizarro.

—Así que tú y mi madre... ¿ya se conocían?—se me ocurrió preguntar.

Grover miraba sin parar el retrovisor, aunque no había nada detrás de nosotros.

—No exactamente—contestó—. Quiero decir que no nos conocíamos en persona, pero ella sabía que te vigilaba.

—¿Qué me vigilabas?

—Te seguía la pista. Me aseguraba de que estuvieras bien. Pero no fingía ser tu amigo—añadió rápidamente—. Soy tu amigo.

—Claro, pero ¿qué eres exactamente?—murmuré—. Alguna clase de...

Imágenes parpadeaban en mi cabeza una vez más, cada vez más vividas. Esta vez no era solo la imagen, ahora habían leves sonidos, cada visión que había tenido desde la visita al museo era menos pasajera y más realista.

—Sátiro...—dije finalmente—. Pero eso es imposible... no puede ser real.

—¿Eran reales las ancianas del puesto, Percy? ¿Lo era la señora Dodds?

—¡Así que admites que había una señora Dodds!

—Por supuesto.

—Entonces ¿por qué...?

—Cuanto menos sepas, menos monstruos atraerás—respondió Grover, como si fuese una obviedad—. Tendimos una niebla sobre los ojos de los humanos. Confiamos en que pensaras que la Benévola era una alucinación. Pero no funcionó porque empezaste a comprender quién eres.

—¿Quién...? Un momento. ¿Qué quieres decir?

Volví a oír aquel aullido torturado en algún lugar detrás de nosotros, más cerca que antes. Fuera lo que fuese lo que nos perseguía, seguía nuestro rastro.

—Percy—dijo mi madre—, hay demasiado que explicar y no tenemos tiempo. Debemos llevarte a un lugar seguro.

—¿Seguro de qué? ¿Quién me persigue?

—Oh, casi nadie—soltó Grover—. Sólo el Señor de los Muertos y algunas de sus criaturas mas sanguinarias.

Sentí una terrible punzada en la cabeza y bajé la vista mientras me apretaba las cienes con dolor. Vi una imagen, un hombre de cabello blanco y ropas elegantes, también había un gran perro observándome fijamente en medio de una gran multitud de monstruos.

—El Rey de Helheim...—murmuré.

—¿El Rey de Hel-Qué?—respondió Grover confundido—. ¿Qué demonios estás diciendo?

Mi madre giró bruscamente a la izquierda. Nos adentramos a toda velocidad en una carretera aún más estrecha, dejando atrás las granjas sombrías, colinas boscosas y carteles de "Recoja sus propias frezas" sobre vallas blancas.

—¿Adónde vamos?—pregunté.

—Al campamento de verano del que te hablé.—La voz de mi madre sonó hermética; intentaba no asustarse para no asustarme a mí—. Al sitio donde tu padre quería que fueras.

—Al sitio donde tú no querías que fuera.

—Por favor, cielo—suplicó mi madre—. Esto ya es bastante duro. Intenta entenderlo. Estás en peligro.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora