Nuevo hogar:

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La historia de la "pelea" (si es que se le puede decir así) se extendió rápidamente por el campamento. A dondequiera que iba, los campistas me señalaban y murmuraban cosas sobre cómo ya estaba prácticamente muerto.

Annabeth me enseñó algunos sitios más: el taller de metal, el taller de artes y oficios, el recódromo, que en realidad consistía en dos muros enfrentados que se sacudían violentamente, arrojaban piedras, despedían lava y chocaban uno contra otro si no llegabas arriba con la suficiente celeridad.

Por último, regresamos al lago de las canoas, donde un sendero conducía de vuelta a las cabañas.

—Tengo que entrenar—dijo Annabeth sin más—. La cena es a las siete y media. Sólo tienes que seguir desde tu cabaña hasta el comedor.

Ella me evaluó por una última vez:

—Eres una persona bastante extraña, incluso para la media de los mestizos—dijo—. Y esas marcas en tu cuerpo... tienes que hablar con el Oráculo.

—¿Con quien?

—No con quien, sino con qué. El Oráculo. Se lo pediré a Quirón.

Miré el fondo del lago, deseando que alguien me diera una respuesta directa por una vez.

No esperaba que nadie me devolviera la mirada desde el fondo, así que me quedé atónito cuando noté que había dos adolescentes sentadas con las piernas cruzadas en la base del embarcadero, a unos seis metros de profundidad. Sonrieron y me saludaron como si fuera un amigo que no veía desde hacía mucho tiempo.

Atónito, les devolví el saludo.

—No las animes—me avisó Annabeth—. Las náyades son terribles como novias.

—¿Náyades?—repetí—. Esto ya es demasiado.

—¿Tu padre es un dios y a ti te súpera un par de espíritus del lago?

—Esto no puede ser real...

—Créeme que lo es.

—Pero si todos los chicos qué hay aquí son semidioses...—negué con la cabeza, abrumado—. ¿Quién es tu padre?

Se aferró con fuerzas a la barandilla. Tuve la impresión de haber tocado un tema delicado.

—Mi padre es un profesor en West Point—me dijo—. No lo veo desde que era muy pequeña. Da clases de Historia de Norteamérica.

—Un humano.

—Pues claro. ¿Acaso crees que sólo los dioses masculinos pueden encontrar atractivos a los humanos? ¡Qué sexista eres!

—Uy, perdóname por pensar que las diosas serían menos promiscuas que sus compañeros masculinos.

Jaque mate.

—¡Eso no es lo que yo...!

—Da igual, ¿quien es tu madre, entonces?

Annabeth se irguió.

—Atenea, diosa de la sabiduría y la estrategia.

"Claro"—pensé—. "¿Por qué no?" Y formulé la pregunta que más me interesaba:

—¿Y mi padre?

—Por determinar—repuso Annabeth—, como te he dicho antes. Nadie lo sabe.

—¿Y cómo se sabe quien es hijo de quien?

—Puede que tu padre mande una señal. Es la única manera de saberlo con seguridad: una señal reclamándote como hijo. A veces no ocurre.

—¿Quieres decir que a veces no?

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora