Diosa de la luna:

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No sentía un dolor especialmente terrible, pero sí que no podía moverme, temblaba como pez fuerza del agua mientras la neurotixina combatía con el poder divino que corría por mis músculos.

Pero incluso con el poder de Hércules, que a su vez venía desprendido del de Zeus, mi cuerpo seguía siendo el de un humano, y como tal, estaba ligado a la ciencia básica que dice que si te envenenan, cagaste.

Espino obligó a los Di Angelo a arrastrar mi inutilizable cuerpo mientras nos conducía hasta el exterior. Yo trataba de concentrarme, imaginaba la cara de Grover; pensé en la sensación de miedo y peligro. Traté de utilizar la conexión por empatía para comunicarme con Grover, pero la verdad era que no sabía muy bien si funcionaría mi idea.

"¡Grover!"—pensé—. "¡Espino nos tiene secuestrados! ¡Tiene una neurotoxina con la que inhabilitó mis poderes de Hércules! ¡Ayuda!"

Espino nos guiaba hacia los bosques, aunque yo sólo podía ver hacia el cielo mientras temblaba descontrolado. Tomamos un camino nevado que apenas alumbraban unas farolas anticuadas. Se me encajaban las ramitas del suelo y mi cabeza se golpeaba contra las piedras bajo la nieve mientras era arrastrado de la forma menos digna en la que había sido transportado en mi vida.

—Hay un claro más adelante—dijo Espino—. Allí convocaremos a su vehículo.

—¿Qué vehículo?—preguntó Bianca—. ¿Adonde nos lleva?

—¡Cierra la boca, niña insolente!

—No le hables así a mi hermana—dijo Nico. Le temblaba la voz, pero me admiró que tuviese las agallas para replicar.

"Oww, pero miren ese instinto protector de hermano"—pensé distraídamente—. "Definitivamente es un Hadecito"

Seguía proyectando mis pensamientos a la desesperada, ahora cualquier cosa que pudiese atraer la atención de mi amigo: "¡Grover! ¡Manzanas! ¡Latas! ¡Trae aquí esos peludos cuatros traseros! ¡Y dile a Thalia que no lo siento!"

—Alto—dijo Espino.

El bosque se abría de repente. Habíamos llegado a un acantilado que se encaramaba sobre el mar. Al menos podía percibirlo, la potencia y presencia del mar más abajo. Oía el batir de las olas y notaba el olor de la espuma salada, incluso si sólo podía mirar al cielo.

Empecé a temblar menos intensamente, traté de moverme a conciencia, y logré flexionar levemente un dedo. Era poco, pero significaba que el efecto de la toxina estaba pasando.

Me concentre en la nieve sobre mi cuerpo arrastrado, en las gotas que se derretían por el calor de mi cuerpo, en mover esa agua hacia mi cuerpo para combatir a la toxina, en poco tiempo podría volver a luchar, y no volvería a caer en el mismo truco de la espina envenenada.

El doctor empujó a los Di Angelo al borde del acantilado, yo seguía ahí tirado cual pescado muerto.

Logré murmurar algo incomprensible que seguramente sonó algo así como: awgrrr aggg ahhgggr, pero era más de lo que había podido decir hasta el momento. Además, eso ayudó a destrabarme la boca.

—La toxina... se pasa... poco... a poco...—susurré.

Bianca me miró.

—¿Qué es Espino?—murmuró—. ¿Podemos luchar con él?

—Una Mantícora... Yo me ocupo... estoy... en ello...

—Tengo miedo—masculló Nico mientras jugueteaba con alguna cosa; con un soldadito de metal, me pareció.

—¡Basta de charla!—dijo el doctor Espino—. ¡Mírenme!

Logré levantar la cabeza muy a duras penas.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora