Oscuras siluetas:

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Salto temporal de casi un año:

Tuve una pesadilla, y créanme si les digo que eso es raro.

Desde que comencé a entrenar con Hércules mientras dormía, mis sueños se habían detenido casi en su totalidad. Únicamente me permitían ver de vez en cuando como se iban desarrollando los eventos del Ragnarok del mundo de mi mentor.

Así que el tener una pesadilla me tomó por sorpresa.

Estaba en una calle desierta de un pueblecito de la costa, en la mitad de la noche, y se había desatado un temporal. El viento y la lluvia azotaban las palmeras de la acera. Una serie de edificios rosa y amarillo, con las ventanas protegidas por tablones, se alineaban a lo largo de la calle. A sólo una manzana, más allá de un seto de hibisco, el océano se agitaba com estruendo.

"Florida"—pensé, aunque no estaba muy seguro de cómo lo sabía. Ni fa había estado en Florida.

Luego oí un golpeteo de pezuñas sobre el pavimento. Me di la vuelta y vi a Grover corriendo para salvar su vida.

Estaba huyendo con la cola entre las patas y sus pies falsos en las manos, como hacía siempre que necesitaba moverse deprisa. Pasó al galope frente a las tiendas para turistas y los locales de alquiler de tablas de surf, mientras el viento doblaba las palmeras casi hasta el suelo.

Grover estaba aterrorizado por algo que había dejado atrás. Debía venir de la playa, porque tenía el pelaje cubierto de arena húmeda. Había conseguido escapar y ahora tenía que alejarse de algo.

Un rugido estremecedor resonó por encima del fragor de la tormenta. Detrás de Grover, en el otro extremo de la manzana, surgió una figura indefinida que aplastó una farola, que acabó estallando en una lluvia de chispas.

Grover dio un traspié y gimió de puro terror mientras murmuraba: "Tengo que escapar. ¡Tengo que avisarles!"

Yo no lograba distinguir quién o qué lo perseguía, pero oía a aquella cosa refunfuñar y soltar maldiciones. El suelo temblaba a medida que se aproximaba. Grover dobló a toda prisa en una esquina y titubeó; se había metido en un callejón sin salida, lleno de tiendas, y ya no tenía tiempo de retroceder. La puerta más cercana se había abierto con los embates del temporal. El letrero que coronaba el escaparate, ahora sumido en la oscuridad, ponía: "VESTIDOS DE NOVIA ST. AGUSTINE"

Grover entró corriendo y se ocultó tras un perchero repleto de vestidos de novia.

La sombra del monstruo pasó por delante de la tienda. Yo incluso podía olerlo. Era una combinación repugnante de lana mojada y carne podrida, con ese agrio olor corporal que sólo los monstruos son capaces de despedir; algo así como una mofeta que sólo se alimentará de comida mexicana.

Definitivamente una mofeta feliz, pero flatulenta y mal oliente.

Grover temblaba tras los vestidos de novia y la sobra pasó de largo.

Ya no se oía más que la lluvia. Grover respiró hondo. Quizá aquella cosa se había ido.

Entonces centelleó un relámpago y explotó la fachada entera de la tienda, mientras una voz monstruosa bramaba: "¡¡¡Mííííia!!!"







Me senté en la cama de golpe, tiritando.

No había tormenta ni ningún monstruo. La luz de la mañana se colaba por la ventana de mi dormitorio.

Me pareció atisbar una sombra a través del cristal: una figura humana. Enseguida oí que golpeaban mi puerta y a mi madre llamándome:

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora