En cuanto me repuse del hecho de que mi profesor de latín era una especie de caballo, dimos un paseo, aunque puse mucho cuidado de no caminar detrás de él, por experiencia propia puedo decir que nunca hay que confiar en la parte trasera de un equino.
Pasamos junto al campo de voleibol y algunos chicos se dieron codazos. Uno señaló el estuche con los cuernos que yo llevaba. Otro dijo: "Es el"
La mayoría de campistas eran mayores que yo, y la mayoría de sátiros mayores que Grover, quienes por cierto trotaban por el campo sin cubrir sus peludos cuartos traseros.
No es que sea tímido ni nada, pero me incomodaba la manera en la que todos me miraban, como si esperaran que me pudiera a hacer piruetas o algo así.
No ayudaba tampoco el hecho de que cada pocos pasos yo diera un traspié y tuviera que detenerme a recobrar el aliento mientras mi adolorido cuerpo se debatía entre si funcionar o no.
Al menos Quirón tuvo el gran detalle de caminar a un ritmo al que yo le pudiera seguir el paso, incluso con mis ocasionales descansos.
Me volví para mirar la casa. Era mucho más grande de lo que le había parecido: cuatro plantas, color azul cielo con madera blanca, como un balneario a gran escala. Estaba examinando la veleta con forma de águila que había en el tejado cuando algo captó mi atención, una sombra en la ventana más alta del desván a dos aguas. Algo había movido la cortina, solo por instante, y tuve la certeza de que me estaba observando.
—¿Qué hay ahí arriba?—le pregunté a Quirón.
Él miró hacia donde yo señalaba y la sonrisa se le borró del rostro.
—Sólo un desván.
—¿Vive alguien ahí?
—No.—Respondió tajante—. Nadie.
Tuve la impresión de que decía la verdad. No obstante algo había movido la cortina.
—Vamos, Percy—me urgía Quirón con demasiada premura—. Hay mucho que ver.
Paseamos por campos donde los campistas recogían fresas mientras un sátiro tocaba una melodía en una flauta de junco.
Quirón me contó que el campamento producía una buena cosecha que exportaba a los restaurantes neoyorquinos y al monte Olimpo.
—Cubre nuestros gastos—aclaró—. Y las fresas casi no dan trabajo.
También me dijo que el señor D producía ese efecto en las plantas frutícolas: se volvían locas cuando estaba cerca. Funcionaba mejor con los viñedos, pero le habían prohibido cultivarlos, así que plantaba fresas.
Observé al sátiro tocar la flauta. La música provocaba que los animalillos y bichos abandonaran el campo de fresas en todas direcciones, como refugiados huyendo de un terremoto. Me pregunté si Grover podría hacer esa clase de magia con la musica, y si seguirá en la casa, aguantando el regaño del señor D.
—Grover no tendrá problemas, ¿verdad?—le pregunté a Quirón—. Quiero decir... ha sido un buen protector. De verdad.
Quirón suspiró.
—Grover tiene grandes sueños, Percy. Quizá incluso más grandes de lo que sería razonable. Pero, para alcanzar su objetivo, antes tiene que demostrar un gran valor y no fracasar como guardián, encontrar un nuevo campista y traerlo sano y salvo a la colina Mestiza.
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El Éxodo de Hércules
FanfictionEl dios de la justicia cayó, dejando un último regalo a la humanidad, sin importar que tan lejos esté de su mundo de origen, Hércules amará a los humanos, y dejará su legado en manos de aquel que habría de convertirse en el mayor héroe del Olimpo. A...