El ladrón del rayo:

2.3K 191 41
                                    




Primero que nada, una disculpa por la demora, como notaran el capítulo es un tanto largo, y yo he estado algo corto de tiempo.

Pero más vale tarde que nunca, ¿no?

...

Habíamos sido los primeros héroes en regresar vivos a la colina Mestiza desde Luke, así que todo el mundo nos trataba como si hubiéramos ganado algún reality show. Según la tradición del campamento, nos ceñimos coronas de laurel en el gran festival organizado en nuestro honor, y después dirigimos una procesión hasta la hoguera, donde debíamos quemar los sudarios que nuestras cabañas habían confeccionado en nuestra ausencia.

La mortaja de Annabeth era tan bonita—seda gris con lechuzas de plata bordadas—, que le comenté que era una pena no enterrarla con ella. Me dio un puñetazo y me dijo que cerrara la boca.

Como era hijo de Poseidón, no había nadie en mi cabaña, así que la de Ares se había ofrecido voluntaria para hacer la mía. Nada demasiado elaborado, pero sin duda lo agradecía: un trozo de tela verde con un tridente azul en el centro.

Mientras la cabaña de Apolo dirigía el coto y nos pasábamos sándwiches de galleta, malvaviscos y chocolate, me senté rodeado de mis antiguos compañeros de la cabaña de Hermes, los amigos de Annabeth de la cabaña de Atenea y los colegas sátiros de Grover, que estaban admirando la recién expedida licencia de buscador que le había concedido el Consejo de los Sabios Ungulados. El consejo había definido la actuación de Grover en la misión como: "Valiente hasta la indigestión. Nada que hayamos visto hasta ahora le llega a la base de las pezuñas"

Los únicos que no tenían ganas de fiesta eran Clarisse y sus hermanos, quienes me derribaron unas siete veces para dejarle claro una cosa: aunque vencí a su padre en una pelea armada, la lucha libre aun era su terreno.

Por mi bien, no lo sería por mucho.

Ni siquiera el discurso de bienvenida de Dioniso iba a amargarme el ánimo.

—Sí, sí, de acuerdo, así que el mocoso no ha acabado matándose, y ahora se lo tendrá aún más creído. Bien, pues hurra. Más anuncios: este sábado no habrá regatas de canoas...

Regresé a la cabaña 3, pero ya no me sentía tan solo. Tenía amigos con los que entrenar por el día. De noche, me quedaba despierto y escuchaba el mar, consciente de que mi padre estaba ahí afuera. A lo mejor aún no estaba muy seguro de mí, o de verdad prefería que no hubiese nacido, pero vigilaba. Y hasta el momento, se sentía orgulloso de lo que había hecho.

Eso no era todo. Tan pronto como caía dormido y me sumergía en las profundidades de mi mente, comenzaba un agotador y salvaje entrenamiento en donde Hércules me instruía en la lucha y en el manejo de sus habilidades, no sólo en el éxodo. También me explicó las diferencias que había apreciado entre su realidad y la mía, además de contarme la historia de su mundo. Aunque aún se guardaba los detalles de cómo había muerto.

















En otro orden de cosas, gracias a uno o dos testimonios de Quirón/el señor Brunner a la policía, y otros dos o tres testimonios de mi parte, mi nombre quedó limpio.

Es curioso como la mente de los mortales se ajusta a la realidad.

En resumen, la explosión en la playa de Santa Mónica había sido provocada por un secuestrador loco al disparar con una escopeta contra un coche de policía.

El secuestrador (alias Ares) era el mismo hombre que nos había raptado a mí y otros dos adolescentes en Nueva York y nos había arrastrado por todo el país en una aterradora odisea de diez días.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora