El despertar:

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No quiero sonar anticuado, no me creo alguna clase de superhéroe o algo así.

Simplemente quiero estar siempre del lado de la justicia, lo considero un don, tengo un sentido de la justicia bastante agudo, puedo saber que está bien, qué está mal, y que tiene distintos matices solamente con verlo.

Una vez aclarado eso, puedo decir con total seguridad una cosa.

No es justo que sea un mestizo, no quería serlo, solo sirve para que te maten de manera horrible y dolorosa.

Claro, trae poder, pero todo poder viene con una responsabilidad.

Y no, no es una frase de Spiderman... es una de Supermán.

Ahora bien, ¿de que se trata todo esto?




Me llamó Percy Jackson.

Tengo doce años. Hasta hace unos meses estudiaba interno en la academia Yancy, un colegio privado para chicos con problemas, en el norte del estado de Nueva York.

¿Soy un chico con problemas?

Prefiero creer que los problemas me buscan, pero en esencia sí.

Podría empezar en cualquier punto de mi corta vida para dar prueba de ello, pero las cosas comenzaron a ir realmente mal en mayo del año pasado, cuando los alumnos de sexto curso fuimos de excursión a Manhattan: veintiocho críos tarados y dos profesores en un autobús escolar amarillo, en dirección al Museo Metropolitano de Arte a ver cosas griegas y romanas.

Y esa era la primera buena noticia.

Digamos que soy un entusiasta de la antigua historia griega, no es que lo haya estudiado ni nada, es más como si las imágenes del pasado aparecieran en mi mente de una forma extraña.

Lamentablemente no era algo de lo que hablar con la gente. La mayoría de personas no están muy enteradas sobre el tema. Y con mi madre... bueno, la mitología griega es como una extraña clase de tema tabú para ella. Hay algunos mitos que se conoce al derecho y al revés, la historia de Perseo es su mito favorito sin duda. Pero si de cualquier otro mito hablamos... la cosa cambia.

Según ella, simplemente se trata de que Perseo tiene un final feliz, cosa que... tiene sentido.

La segunda buena noticia sobre la excursión, el señor Brunner, nuestro profesor de latín, dirigía la excursión.

Para ser un tipo de mediana edad en silla de ruedas motorizada, era bastante... peculiar. Solía contar historias y chistes, nos dejaba bastante tiempo libre en clase. Y, maldita sea, tenía una colección alucinante de armaduras y armas romanas que despertaban un extraño instinto guerrero dentro de mi con solo verlas. Así que sí, era uno de los pocos profesores con los que no me dormía en clase.

Esperaba que por una vez el viaje saliera bien. Con algo de suerte los problemas no me encontrarían, ¿verdad?

Bueno, muchos dicen que lo más representativo del gran héroe Hércules es su fuerza. Yo creo que en realidad es su mala suerte.

Y créanme si les digo que yo tengo una suerte igual o peor.

Verán, en las excursiones solían pasarme cosas... no muy agradables. Como cuando en quinto fui al campo de batalla de Saratoga, donde tuve aquel incidente con el cañón de guerra de Independencia americana. Que quede claro, yo no estaba apuntando al autobús escolar, pero aún así me expulsaron. Y antes de aquello, en cuarto curso, durante la visita a las instalaciones de la piscina de tiburones en Marine World, le di a la palanca equivocada en la pasarela y nuestra clase acabó dándose un chapuzón inesperado. Y la anterior...

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora