El mensajero de la justicia:

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Flotaba sin rumbo alguno en medio de la oscuridad de mi mente.

Las sombras me envolvían completamente y desde todos lados, estaba sólo en la nada, sin sentir nada más que malestar en mi cuerpo.

Entonces, una luz de esperanza se abrió camino entre la oscuridad y un firme brazo me ayudó a ponerme de pie.

—¿Quién eres?—le pregunté.

—Eso ya lo sabes, Percy—me respondió amablemente—. Has un esfuerzo por recordar, ¿quieres?

Lo miré fijamente por primera vez en años, realmente había estado a punto de olvidarlo por completo, pero ahora aquella experiencia que había pensado fue sólo un sueño volvía a mi cabeza fresca y reciente.

Hércules era un hombre musculoso muy alto, con ojos color azul marino. Su cabello era largo, presentando un color naranja rojizo. Vestía con una hombrera la cual llevaba en su brazo derecho además de tener un protector pectoral de arquería, mientras que en su brazo izquierdo poseía un brazalete dorado el cual cubría su bícep. Vestía una falda de piel de león, un cinturón de campeonato dorado y unas sencillas sandalias de cuero. Contaba con un tatuaje rojo en su torso que se extendía desde su hombro derecho hasta la parte inferior izquierda de su abdomen.

—¿Cómo?—pregunté—. ¿Por qué?

Él alzó una ceja.

—Ni siquiera sabes que estás preguntando.

Bajé la cabeza.

—Sí, tienes razón—reconocí. Respiré profundamente y volví a hablar—. ¿Exactamente qué es lo que eres...? Porque no creo que seas Hércules Hércules, es decir, el de los mitos y todo eso, ¿o sí?

El dios de la fortaleza hizo una mueca, tratando de pensar como responder correctamente.

—Pues sí y no...

—No pues, gracias, eso explica mucho.

Él soltó una riza alegre y me revolvió el cabello con su gigantesca mano.

—Vaya que eres hiperactivo, dame un momento, por favor.

Meditó por un tiempo sus palabras antes de hablar:

—Sí, soy yo, Hércules, dios de la fortaleza y lo demás—dijo—. Pero no soy precisamente él que tú crees. Vengo... de un lugar un tanto lejano.

Por más raro que suene, sus palabras me hacían sentido.

—Me lo imaginaba—reconocí—. ¿Exactamente de dónde?

—Pues... si estoy en lo correcto, vengo de una realidad distinta a esta—explicó—. Una en la que todos, desde los dioses hasta los humanos, son radicalmente distintos. Las visiones que has tenido no son otra cosa más que mis recuerdos, así que supongo que ya viste las diferencias más notorias.

Asentí con la cabeza y me senté en la oscuridad, flotando en la nada absoluta.

—¿Cómo fue que llegaste aquí?—pregunté—. A mi realidad y a mi mente, quiero decir.

Hércules se sentó a mi lado en la nada.

—Esa... es una excelente pregunta—murmuró—. No sé cómo fue que llegué hasta aquí... a la realidad. Un capricho del destino, supongo. Pero sí puedo decirte cómo llegué a tu mente. En resumidas cuentas pude notar como algo cambiaba en mi Interior tras llegar a este mundo, me hice mucho más poderoso, sin duda, aunque sin llegar al nivel de las deidades de por aquí. Use ese aumento para introducir mi conciencia en ti.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora