Sucesor del victorioso:

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Lo mínimo que pudo haber hecho la momia era volver caminando al desván por su cuenta.

Pero no. Nos tocó a Grover y a mí llevarla de vuelta. O, mejor dicho, me tocó a mi porque, ya saben, fuerza hercúlea, y Grover se limitó a acompañarme mientras me veía cargar con un cadáver.

—¡Cuidado con la cabeza!—me advirtió mientras subía las escaleras.

Demasiado tarde...

Le di un trompazo al rostro momificado contra el marco de la trampilla y levantó una nube de polvo.

—Oh, mierda...—La dejé en el suelo y miré a ver su había desperfectos—. ¿Rompí algo?

—No sabría decirte—repuso Grover encogiéndose de hombros.

Volví a levantarla y la coloqué en su taburete. Sentí un gran alivio cuando salimos del desván y cerramos la trampilla de un portazo.

—Que asco, amigo—dijo Grover.

Intentaba tomarse las cosas a la ligera para animarme, pero no obstante me sentía muy abatido. Aquella profecía que había dado el oráculo sólo había servido para inquietarme aún más, estaba preocupado por Artemis, no voy a negarlo, y para como, la momia ni siquiera había dado una pista sobre el paradero de Annabeth.

—¿Qué crees que decidirá Quirón?—le pregunté a Grover.

—Ya me gustaría saberlo—Desde la ventana del segundo piso, miró ensimismado las colinas ondulantes cubiertas de nieve—. Ojalá estuviese ahí fuera.

—¿Buscando a Annabeth?

Tardó un segundo en asimilar mi pregunta. Y entonces se sonrojó.

—Claro que sí. Eso también. Desde luego.

—¿Qué sucede?—pregunté—. ¿En qué estás pensando?

Pateó el suelo con sus pezuñas.

—En una cosa que dijo la Mantícora. Eso del Gran Despertar. No puedo dejar de preguntarme... Si todos esos antiguos poderes están despertando, quizá no todos sean malos.

—Te refieres a Pan—comprendí.

—He dejado que se enfríe el rastro—respondió Grover—. Siento una inquietud permanente, como si me estuviera perdiendo algo importante. Él está ahí fuera, en alguna parte. Lo presiento.

Yo no sabía que decir. Me habría gustado animarlo, pero no sabía cómo. Mi propio optimismo se había quedado pisoteado en la nieve del bosque.

Antes de que pudiera responder, Thalia subió las escaleras. Las cosas estaban tensas entre nosotros, pero tratábamos de mantenerlo todo bajo control.

—Lo mejor será que bajen ya—nos dijo.

—¿Qué sucede?—pregunté.

—Dioniso ha convocado un consejo de los líderes de cabaña para analizar la profecía, habría que darnos prisa.







El consejo se celebró alrededor de la mesa de ping pong, en la sala de juegos. Dioniso hizo una seña y surgieron bolsas de nachos y galletitas saladas y unas cuentas botellas de vino tinto. Quirón tuvo que recordarle que el vino iba contra las restricciones que le habían impuesto, y que la mayoría de nosotros éramos menores. El señor D suspiró. Chasqueó los dedos y el vino se transformó en Coca Diet. Nadie la probó tampoco.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora