Caídas:

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Pasamos dos días viajando en el tren, a través de colinas, ríos y mares de trigo. No nos atacaron ni una vez, pero tampoco me relajé.

Intenté pasar inadvertido porque mi nombre y foto aparecían en varios periódicos de la costa Este. El Trenton Register News mostraba la fotografía que me hizo un turista al bajar del autobús Greyhound. Tenía la mirada ida. La espada era un borrón metálico en mis manos.

En el pie de la doto se leía: "Percy Jackson, de doce años de dad, buscado para ser interrogado acerca de la desaparición de su madre hace dos semanas. Aquí se le ve huyendo del autobús en el que abordó a varias ancianas. El autobús explotó en una carretera al este de Nueva Jersey poco después de que Jackson abandonara el lugar. Según las declaraciones de los testigos, la policía cree que el chico podría estar viajando con dos cómplices adolescentes. Su padrastro, Gabe Ugliano, ha ofrecido una recompensa en metálico por cualquier información que conduzca a su captura"

—No te preocupes—me dijo Annabeth—. Los policías son mortales, no podrán encontrarnos.—Pero no parecía muy segura de sus palabras.

Pasé el resto del día paseando por el tren (no soy muy bueno quedándome sentado y quieto) o mirando por las ventanillas.

Una vez vi a una familia de centauros galopar por un campo de trigo, con los arcos tensados, mientras cazaban el almuerzo. El hijo centauro me vio y saludó con la mano. Miré alrededor en el vagón, pero nadie más los había visto. Todos los adultos estaban absortos en sus ordenadores portátiles o teléfonos.

En otra ocasión, por la tarde, vi algo enorme moviéndose en el bosque. Mi marca empezó a doler como el infierno mientras tenía recuerdos, dientes, colmillos, garras furiosas y gritos de dolor. Había un león del tamaño de un todoterreno militar. Su melena refulgía dorada a la luz de la tarde. Después saltó entre los árboles y desapareció, pero yo seguía teniendo visiones:

...

Golpeé con furia a mi enemigo, bajando mi garrote contra él. Sin embargo su sombrilla simplemente desvió mi ataque, como si esa cosa estuviera hecha de metal divino.

—Así que puedes desviarlo...—murmuré—. Parece que no eres un cobarde normal, ¿eh?

—Sir...—sonrió él, con su marcado acento británico. Recargó el paraguas contra su hombro derecho—. Acabamos de comenzar a aprender el uno del otro.

Los gritos de las gradas llegaban distantes a mis odios, cómo nada más que un ruido de fondo. Ánimos, celebraciones, gritos. Algunos dirigidos hacia el asesino serial, otros hacia mí.

—Oh, vaya... eso estuvo cerca—decía mi enemigo—. Uno siempre debe estar preparado para la lluvia, así que, ¿qué harás frente al Rostro de la Maldad, querido Monumento de la Virtud?

Sonreí.

—¿Me preguntas que haré?

Balanceé mi garrote y lo sostuve con fuerza por detrás de mi cabeza.

—Es simple—rugí—. Lo aplastare con un ataque frontal.

El dolor en mi cuerpo aumentó, y la marca en mi cuerpo creció más y más, extendiéndose por mi brazo.

Exhalé para concertarme en mi labor.

—Poderoso León de Nemea... ¡TOMA MI CARNE!

...

El dinero de la recompensa por devolver al caniche nos había dado sólo para comprar billetes hasta Denver. No nos alcanzaba para literas, así que dormitábamos en nuestros asientos.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora