Enalios:

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Los siguientes días me acostumbre a tres cosas.

La primera, un dolor constante en mi marca, era soportable la mayoría del tiempo, pero en ocasiones lo único que quería era arrancarme la piel.

La segunda, me sentía fuerte, mucho más de lo que alguna vez había sido, pero sin contar ese extraño arranque de poder que tuve contra el Minotauro. Simplemente tenía mucha más energía y aguante.

Y la tercera, una rutina que casi parecía normal, si exceptuábamos el hecho de que me daban clase sátiros, ninfas y un centauro.

Cada mañana recibía clases de griego clásico con Annabeth, y hablábamos de los dioses y las diosas en presente, lo que me resultaba bastante natural, cosa que me parecía rara. Redescubrí que en efecto el griego antiguo no me representaba ninguna dificultad, creo que incluso Annabeth se impresionó de la facilidad que tenía en el tema.

Y eso, también se me hizo muy extraño.

El resto del día probaba todas las actividades al aire libre, buscando algo en lo que fuera bueno. Quirón intentó enseñarme tiro con arco, pero pronto descubrimos que no era ningún as con las flechas. No se quejó, ni siquiera cuando tuvo que desenmarañarse una flecha perdida de la cola.

¿Carreras? Tampoco. Las instructoras, unas ninfas del bosque, me hacían morder el polvo. Me dijeron que no me preocupara, que ellas tenían siglos de práctica de tanto huir de dioses enamorados. Pero, aún así, era un poco humillante ser más lento que un árbol.

¿Y la lucha libre? Eso era un tema aparte.

Con algo de esfuerzo logré derribar a varios campistas mayores, incluidos varios chicos de Ares. No sabía de donde venía aquella habilidad en un deporte que jamás había probado, pero lo agradecía. Era algo instintivo y antiguo, que igual que éste tal Éxodo de Hércules, llevaba dormido dentro de mi, esperando el momento adecuado a salir.

Eso... hasta que Clarisse llegó a bajarme los humos, estrellando mi cara contra la colchoneta en más de una ocasión.

Otra cosa en la que sobresalía, la canoa, que no es precisamente la habilidad heroica que la gente esperaba descubrir en el chico que había derrotado al Minotauro.

Sabía que los campistas mayores y los consejeros me observaban, intentando decidir quién era mi padre. Hasta el momento tenían algunas teorías. La primera de ellas: Ares. Aunque después de que Annabeth les hablara sobre mi extraño ataque cuando mencionó la ambrosía decidieron no descartar a Apolo, incluso con mi pésimo manejo del arco, argumentando qué tal vez ese ataque podría haber sido una profecía o yo que sé.

Annabeth de echo parecía tener una teoría propia que se negaba a compartir con nadie.

A pesar de todo, me gustaba el campamento. Pronto me acostumbre a la neblina matutina sobre la playa, al aroma de los campos de fresas por la tarde, incluso a los sonidos raros de los monstruos de los bosques por la noche. Cenaba con los de la cabaña 11, echaba parte de mi comida al fuego e intentaba percibir algún tipo de conexión con mi padre. No percibí nada, solo el sentimiento cálido de siempre había tenido, como el recuerdo de su sonrisa.

Empecé a entender la amargura de Luke y cuánto parecía molestarle su padre, Hermes. Sí, de acuerdo, a lo mejor los dioses tenían cosas importantes que hacer. Pero ¿no podían llamar de ves en cuando, o tronar, o algo por el estilo? Había visto que Dioniso podía hacer aparecer de la nada una Coca-Cola Light. ¿Por qué no podía mi padre, o quien fuera, hacer aparecer un teléfono?

Simplemente no era justo.

"Justicia"

Esa palabra que siempre había estado muy presente en mi conciencia parecía estar tomando vida propia. Podía notar que, así como la fuerza y demás características físicas, había algo en mi personalidad que siempre había estado allí que ahora estaba saliendo. Empezaba a actuar ligeramente diferente a antes. Ya fuera haciendo cosas que antes quería y no me atrevía, o no haciendo cosas que antes no quería pero sí hacia.

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora