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Carina llevo su mirada al cielo al escuchar la parvada de cuervos que volaba. Siguiéndolos con la mirada hasta que se perdieron en el cielo fuera de los límites del pueblo. Así había sido desde hace unos días.

—Otra vez se fue.

Oculto su rostro entre la espesa melena de Urias que la llevaba sobre su espalda aquella mañana. Pero un gruñido de su parte fue contestado por uno de Carina.

—¿Por qué me tengo que bajar?.

Urias respondió muy a su modo, con gruñidos y sonidos guturales.

—¿Cansado?. ¿Tú?. Por favor...no soy tonta, dejame estar un rato- ¡Ey!. Espera, ¡No te muevas así!.

Los sangoloteos y saltos descontrolados del alfa obligaron a Carina a soltarse a medio salto para terminar aterrizando de pie sobre la nieve.

—Malo.

Le enseñó lo dientes cosa que Urias le reprendió soltando un fuerte rugido hacia ella. Carina tenía suerte. Otro lycan en su lugar habría terminado destrozado por las manos de Urias o aplastado por su martillo.

Pero no ella.

Ella ocupaba un lugar especial para él.

—Me podrías haber dejado un rato más. Estoy cansada.

Tallo sus ojos con pesadez. Su cuerpo aún pasaba por procesos de cambio gracias los cuidados de Miranda. Los cuales le provocaban sueño pesado, dolor en el cuerpo, y ni hablar del apetito. Tenía que compensar muchos años de "mala alimentación". O así se lo decía Miranda.

El viento soplo con fuerza haciendo caer la nieve sobre ella y su alfa, pero a su vez trayendo consigo olores intensos. La sangre de alguien siendo derramada. Un solo sitio podía despedir ese aroma y Carina lo conocía muy bien.

—Hum. Creo que pasaré a tomar mi almuerzo con las Dimitrescu.

Sonrió ante la idea. Desde su cambio no había tenido oportunidad de estar con ellas. Vaya sorpresa que se llevarían.

—Te veré después Urias.

Paso dándole unas palmaditas al brazo de Urias quien solo la despidió con un suave bufido.

El pueblo como siempre se hallaba en calma. Con los lycans recluidos en su fortaleza algunas personas se atrevían a salir de sus chozas para trabajar el campo o cuidar de los pocos animales que poseían. Pasando por alto la presencia de Carina que caminaba con toda calma por entre ellos yendo directo hacia esa gran puerta negra del castillo.

En el camino al interior siempre se entretenía jugando con los singulares espantapájaros que Dimitrescu ponía a las afueras. Entrar por la puerta principal no significa un problema para Carina. Conociendo a las habitantes de aquel lugar estarían más inmersas en comer que en prestar atención a la puerta.

Pero eso no la libraba de moverse en silencio, dándose ciertos momentos para ojear el castillo. Nunca se cansaba de recorrerlo, evitando ser vista con Alcina o alguna de sus sirvientas.

El olor a sangre se persibia más a cada paso que daba, y se intensificó al terminar frente a una puerta entre abierta. Ese olor sin darse cuenta la había empezado a hacer salivar.

Lo que fuera que estuviera tras la puerta ella lo quería.

Asomando solo un poco de su rostro pudo ver aquel cuarto de baño. Hermosas estatuas de mármol y de ellas emanaba gran cantidad de sangre hasta una gran piscina.

—Y esa zorra chupasangre se queja de que no hay suficientes pobladores por mi culpa cuando ella se baña en su sangre.

Camino al rededor de la piscina deteniéndose por un momento a mojar sus dedos en su interior para llevarlos a su boca. El sabor no había forma en que ella lo pudiera describir. Solo una palabra le venía a la cabeza.

El Caballo Y El Lobo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora