El cielo se encontraba despejado con el brillo de la luna llena alumbrando en todo su esplendor. El castaño dibujó una sonrisa en sus labios al ver a su amiga. Quién diría que tan solo unos meses atrás, ellos dos eran unos completos desconocidos. Le había citado en su lugar especial simplemente para pasar el rato. Así solían hacerlo y ambos lo disfrutaban. Al acercarse notó que la chica tenía el ceño fruncido mientras arreglaba una especie de cartera hecha con lana de diferentes colores.
— Mierda —maldijo por lo bajo.
— Hola, para ti también.
Encontró un espacio a su lado y no dudó en sentarse. Cerró los ojos un instante dejando que la fresca brisa acariciara su rostro.
— ¿Qué tal las clases?
— Preparé pescado.
— Alucinante —respondió. El chico abrió los ojos para indagar mejor en lo que tanto se enfocaba la chica a su lado.
— ¿Qué haces?
— Se me trabó la aguja mientras cosía. Hasta las agujas me odian —musitó, dejando su fallido proyecto a un lado.
— Yo no te odio.
Él soltó una pequeña risa y ella no respondió. Se limitaron a mirar la naturaleza que les rodeaba y a lo lejos, la carretera con una fila de autos en el carril izquierdo. El castaño, Ethan observó su alrededor analizando cada detalle y su vista se enfocó en las flores a su lado. La lluvia de los últimos días les había hecho muy bien porque desprendían un brillo único. En ese momento, deseó que el tiempo se detuviese solo para ellos. Un acto tan sencillo como chasquear los dedos y ya, las horas, minutos y segundos dejarían de correr.
— ¿A veces no quisieras detener el tiempo?
— ¿Y jamás envejecer? No, gracias.
— Es mi sueño, no lo arruines —hizo un puchero. Ella lo miró y rio.
— Aprende a distinguir la realidad de lo que es un sueño.
— Pensé que vivíamos en el espacio.
— Lo estaremos, muy pronto —respondió, asistiendo.
Sus palabras parecieron calmarlo. Dejó caer su cuerpo hacia atrás, su espalda haciendo contacto con la caliente superficie.
— Define "muy pronto".
— Hablas demasiado, Edwards.
— Y te encanta, Luna.
La dueña del apellido puso los ojos en blanco mientras negaba bajando la cabeza para esconder el rojo de sus mejillas. A Ethan le pareció muy linda su reacción, le encantaba hacerla sonreír y sonrojarla de esa manera. La chica que a principios de año, no podía descifrar, ahora se ha vuelto su mayor confidente.
El castaño cerró sus ojos solo disfrutando de los ruidos de la naturaleza. Ya es de noche y eso significa una cosa: los mosquitos comenzarían a atacar pronto, pero no le importó. Se sentía tan calmado, relajado, pero sobre todo, feliz. Desde hace rato no se sentía así, pensó que su felicidad se había esfumado mucho tiempo atrás; logró encontrar un pequeño destello de luz en su tormenta.
Abrió los ojos y vio su destello. Ello lo miró y al notar que ambos compartían mirada, rieron levemente.— Oh —miró la hora en su reloj de muñeca—, creo que es hora.
— ¿De irnos?
— Así es. Pronto estaremos en el espacio.
Sonrió y la atrajo a su lado. Imitó su acción de acostarse y buscó su mano con facilidad. Entrelazaron sus dedos y unieron miradas. Ethan siempre quedaba hipnotizado por los ojos de la chica a su lado, Micaela Luna. Sus ojos podían reflejar las estrellas.
No, de hecho, ella era todas las estrellas.
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La chica de las estrellas
Genç Kurgu*AVISO: Esta novela se encuentra finalizada, más no corregida.* A la luz de la luna todo puede ocurrir. Un saludo, un abrazo, un beso, una declaración, una correspondencia, un rompimiento y un reencuentro. Este fue el caso para Ethan Edwards y Micae...