Capítulo 38.

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Soltó un fuerte grito de dolor, mientras sujetaba su pecho con sus manos adoloridas. A lo lejos, en medio de la niebla infernal, pudo escuchar sus risas y luego pudo ver como las espadas volaban sobre su cabeza, finalmente dejándolo solo.

Lo habían condenado a morir.

Pero eso a él no le importaba, el dolor en su cuerpo no era tan fuerte como el dolor que sentía en su corazón, se sentía vacío... Le habían arrebatado lo que más le importaba en el mundo.

"A-Yuan..." Gimoteó Wei Ying, sollozando desesperado, mientras llevaba sus manos a su abdomen, presionándolo con fuerza.

No tuvo tiempo ni de despedirse, solo le puso el nombre que tanto había soñado, y torpemente lo alimentó una vez. A penas su obtuvo ayuda de Meng Yao, el cual desde la puerta de su celda, lo ayudó de la forma en la que podía, pasando todo el tiempo a su lado aun cuando Wen Ruohan le dio una golpiza por ayudarlo; algo que Wei Ying siempre le agradecería.

Pero se lo habían arrebatado, le habían quitado a su bebé de la forma más horrible y más traicionera del mundo, cuando él estaba tan débil, y asustado. Lo condenaron a muerte, y también a su hijo. Ni en sus peores pesadillas, Wei Wuxian creyó que la secta Wen podría ser tan cruel.

No supo cuánto tiempo se quedó llorando en el suelo, sintiendo sus huesos rotos arder y doler, y la fría niebla envolverlo todo. Pero en cierto punto, su instinto de supervivencia lo hizo levantarse, pues aunque sabía que moriría, no quería hacerlo en la tierra, como un simple perro. Wei Ying aún tenía algo de decencia.

Tomando el único objeto que tenía cerca, su espada rota, Wei Wuxian la apoyo en el piso, usándola para poder ponerse de pie y para no caerse. Aun estando rota y muerta, Wei Wuxian aún seguía usando a Suibian, aunque se sentía patético, pues ni siquiera había podido proteger a su propia espada.

"Lo siento tanto... No quería que murieras..." Sollozó Wei Ying.

Limpiando las lágrimas de su rostro, Wei Wuxian comenzó a caminar de una forma muy lenta, observando ese inhóspito lugar, un lugar lleno de muerte, los túmulos funerarios.

Pero siendo atraído por algún tipo de energía, aun sin darse cuenta, Wei Ying llegó a lo que parecían ser las ruinas de un templo, abandonado hace años, pero que aún estaba en pie para poder refugiarse en su interior.

Con las últimas fuerzas que le quedaban, Wei Ying empujó la puerta de madera que cerraba aquel templo, cayendo al piso en el interior de aquel lugar.

Tosiendo un poco de sangre, sabiendo que su muerte estaba cerca, Wei Ying se arrastró al interior de ese lugar, pensando en encontrar un lugar fresco para descansar.

"¿Por qué tengo que ser yo el que muera? Todos ellos deberían morir... No debería ser yo él que terminara llorando y sangrando..."

Pronto el dolor y la pena se convirtieron en rabia. Y mientras se arrastraba por el suelo, sintiendo las lágrimas bajar por sus mejillas, Wei Ying tuvo un último deseo: Acabar con toda la secta Wen y todos los que lo habían dañado.

"Un deseo interesante..."

Asustado, Wei Ying se giró y miro a todos lados, ya que había escuchado claramente una voz detrás de él.

"Yo tuve un deseo así hace mucho tiempo".

"¿Hola?" Preguntó Wei Ying asustado: "¿Hay alguien ahí?"

"Puedo ver tu corazón... Lo que esconde. Siempre pude verlo. Una pequeña parte, tan obscura y resentida, por eso que te sucedió cuando eras pequeño, cuando viste morir a tus padres" Dijo la voz: "Lo entiendo, yo también vi morir a mis padres, yo los mate..."

Mi joven amanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora