primaria IV

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"No tenes amigos por gorda"

"Podrías adelgazar un poquito, no?"

"Ay,pobre nena,miren lo gordita que es"

"¿Todo eso te vas a comer?

¿no es mucha comida?"
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En el viaje de primaria, la empresa que habíamos elegido para viajar, no tenía menú vegetariano así que, usando eso como excusa, me propuse no comer.
Lo que hacía era servir en mi plato un poco de tomate, lechuga y zanahoria. Jugaba con la comida un rato y cuando nadie miraba, escondía la comida en servilletas que después tiraba a la basura.

Me sentía espléndida, ingeniosa. Pero esos actos me provocaron el mayor estreñimiento de mi vida. Si no comes no cagas, ¿no?

Me llevaron al hospital por mis dolores de panza.
Yo, boca cerrada.
Me hicieron estudios por apendicitis.
Yo, boca cerrada.
Me hicieron análisis de orina.
Yo, boca cerrada.

Terminaron haciéndome un enema. ¿Yo? Feliz, completa ¿por que? Porque no estaría hinchada, porque sería aún más flaca que victoria.

Después de dicho enema, tenía aún menos ganas de comer. Comer era sinónimo de invadir mi cuerpo con veneno, de matar mi poca estabilidad mental poco a poco. De ponerme gorda otra vez.

Mi abuela siempre fue gorda. Pero de esas gordas que no se dan cuenta de que lo están y no sólo eso. También de las que se creen flacas, superiores.

Ella siempre criticó mi cuerpo, mi gordura (como si ella no fuese obesa)
Nunca fui suficiente para ella, nunca me quiso realmente. Siempre buscaba una manera de hacerme sentir miserable.

Así que cuando volví de ese viaje de egresados de primaria, moría de ganas de verla, de presumirle mi figura, mostrarle mi cambio. A ver si así se dejaba de molestar de una vez por todas.

Pasaron unas semanas y fui a su casa. Me puse un jeans apretado, tiro bajo y una remera mangas cortas que le ate un nudo al costado para que me llegara a la cintura y así se viera bien mi cambio.

Me subí al auto de mi papá. Fui la primera en subir de la emoción y nervios. Estaba predispuesta a exponer mi cuerpo lo más posible hasta escuchar las palabras:

"Estás más flaca"

Llegamos a la casa de ella. Baje del auto lo más calmada posible, para no levantar sospechas de que algo raro me pasaba y entré en la casa. Crucé el pasillo, que se me hacía eterno, hasta llegar a la cocina. Mi abuela se encontraba allí.

Me miró, ni una palabra.

Me senté en la mesa, me sirvieron comida, un vaso de agua.

Me miró, ni una palabra.

Pasé junto a ella para que me vea, busqué jugo que no quería ni necesitaba en la heladera.

Me miró, ni una palabra.

¿Está sorprendida? ¿O me sigue viendo obesa y no sabe como decirlo? No. Eso no. Si me viera obesa... Es tan mala persona que no dudaría en decirlo.

Nos sentamos a comer. Pizza casera. Era demasiado rica, siempre es rica, pero no quería comer demasiado para no hincharme.
Tomé el primer trozo y ya empezó la vieja a molestar. me dijo con tono desafiante:

"¿El pedazo más grande te vas a agarrar?"

¿¡o sea que mi esfuerzo fue por nada?!
Acá tengo dos opciones:

Opción A) rendirme

Opción B) ser mejor. Más restricciones, más ejercicio.

Obviamente elegí la opción B, lo lógico.

Volví a mi plan de ochocientas calorías diarias y mucho ejercicio en la noche. Pero pronto entraría en la escuela secundaria y podría consumir menos, incluso ayunar sin que se dieran cuenta mis papás...

No solía pesarme, en ese entonces yo tenía doce años, no tenía balanza y no me dejaban salir, no es que podía ir a una farmacia todos los días. Pero si medía mi cintura y mis piernas. Mi objetivo eran los cincuenta centímetros de cintura y entrar a la secundaria con ellos. Y lo lograría.

Borderline (I don't eat)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora