1. Caído del Cielo.

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31 de Diciembre de 2018

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31 de Diciembre de 2018.

"Dulce ángel. Amado ser nacido de mi luz... Has crecido.

Hoy tus alas doradas se abrirán, ostentando ante mundo que provienes de lo más alto.

Deslúmbranos con el brillo de tu alma pura, Taehyung."

Las palabras de mi madre debían conmoverme aquel día. No obstante; tuve un mal presentimiento en cuanto tomó mis mejillas. Mis entrañas se helaron. En lo profundo de sus ojos pude percibirlo; ella estaba nerviosa.

«Pero ¿Por qué?». Me precipité a la duda, mi seguridad tambaleó.

Aquel era el día de mi presentación; cumplía veinte años, era momento de demostrar la pureza de mi alma ante mis pares, cuyas angelicales voces cantaban para mí.

En la cima del mundo, por encima del cielo, la luz de las alturas sumía el horizonte en blanco impenetrable a la vista. Las nubes cosquilleaban a mi alrededor, pintadas de oro y perla. Ascendí por la estrecha escalinata tallada en la rama más alta del Árbol de la Vida, aquel que sostenía todo el mundo que hasta entonces conocía... Cada paso se hacía más pesado, perdiéndome en el blanco absoluto de lo alto. Mi corazón tenía miedo.

Llegué a la cima, donde la diosa Irhea me esperaba... No necesité alzar la vista para percibir su virtud. Ella portaba el disco dorado que contenía mis alas, siendo no mayor a su delicada mano, lo enseñó ante mí.

-No temas. -Su voz fue una caricia para mi corazón inquieto.

Inhalé hondo. Cerré mis ojos alzando el rostro, dejando mi alma en sus manos. Sentí el disco dorado unirse a mí, atravesar mi pecho sin dolor hasta brotar como un par de alas compuestas de placas doradas en mi espalda.

-Tu alma es hermosa, Taehyung -dijo sincera. Mi pecho se infló de orgullo-. Cambiarás la vida de todos...

«Mi alma es hermosa».

En Nirdumbay, la más alta ciudad sobre el cielo, sólo la gentil diosa me percibió así. Rodeado por la luz de mi alma, descendí percibiendo tarde un manchón oscuro, cual raíces pintadas sobre mi clavícula y cuello. Los cristales sobre mis pómulos, translúcidos desde el nacimiento, se habían teñido de blanco a excepción de uno: el más pequeño, bajo mi ojo izquierdo, era negro.

Mi alma no era de luz pura.

"¡Impostor!" La fracción oscura de mi alma fue señalada con horrores. Los Soldados Níreos me apresaron y expusieron en el Templo del Espíritu; al centro de la catedral, bajo la mirada indiferente de mis pares, tan fríos como las estatuas y pinturas en lo alto del techo abovedado, mi rostro golpeó el suelo de mármol. Manché el lugar sagrado de sangre. Arrancaron mis alas a tirones, regresándolas a su forma de disco; me las arrebataron acusando que no las merecía.

Deshonrado, ya no sería nombrado Soldado Níreo: proteger las ramas del Árbol de la Vida me fue negado. Tampoco recibí la gracia de una Niryusa: cuidar de las almas tras la muerte se convirtió en mi sueño roto.

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